Mi reino por un caballo


Las acusaciones de traiciones y conspiraciones que se escucharon en las horas previas a las elecciones de este domingo suenan a adaptación berreta de una tragedia shakespeariana.
Sepan disculpar lo caprichoso de la comparación, pero adviertan el siguiente ejemplo.

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Es la segunda mitad del siglo XV y la guerra civil estalla en Inglaterra. El período histórico es conocido como “La Guerra de las Rosas”, y enfrenta a las casas de Lancaster y York, representados por la rosa roja y la rosa blanca, según el distintivo de su heráldica.
La victoria de Mortimer Cross desplazó del trono a los Lancaster y Eduardo IV, de York, fue proclamado rey. A su victoria contribuyeron sus hermanos Ricardo de Gloucester y Jorge Clarence.
Ricardo, duque de Gloucester, se plantea como un ser monstruoso y satánico. Está decidido a ser Rey y hará lo necesario para conseguirlo.
Su ansia de poder llega a superarlo y asesina a todo aquel que le obstaculice: su propio hermano, su cuñada y sus sobrinos.
Tal como está planteada, la brillante historia de William Shakespeare, con numerosos cuestionamientos filosóficos, plasma el eterno sentimiento humano de la ambición de poder, utilizando herramientas como el engaño, la hipocresía, la crueldad y la burla.
Si bien la ficción inmortalizó a Ricardo caricaturizándolo como deforme, jorobado, rengo de nacimiento y capaz de matar a sus dos pequeños sobrinos, lo cierto es que la mayoría de quienes lo rodeaban construyeron su poder con perfiles similares.
Ricardo pasó la mayor parte de su niñez en un castillo y cuando su padre y su hermano mayor Edmund murieron en la batalla de Wakefield, quedó bajo la tutela de su tío Richard Neville, famoso "Hacedor de Reyes".
La verdadera historia indica que a la muerte de Eduardo IV (que muchos le atribuyen), se convierte en Lord Protector del reino, como regente de su sobrino Eduardo V, al que eliminaría rápidamente: Antes de tres meses, declara a sus sobrinos como bastardos, acusando a su difunto hermano de bígamo, y los confina en la Torre de Londres, no volviendo a saberse nada más de ellos.
Sin ningún freno que lo detenga, Gloucester se convierte en Ricardo III.
Enrique Tudor, descendiente ilegítimo de la casa de Láncaster se rebela y se enfrenta con Ricardo en los campos de Bosworth, en Leicestershire, el 22 de agosto de 1485. Tudor obtiene la victoria y Ricardo cae mortalmente herido; Shakespeare inmortalizaría este momento en el que, cercado por sus enemigos, gritaría "¡Mi reino por un caballo!". Al final, Enrique Tudor recoge en el campo de batalla la ensangrentada corona y se convierte en Enrique VII.
El cadáver de Ricardo fue arrojado a un dique, pero luego, en ese mismo día fue rescatado por algunos leales suyos y sepultado en la pequeña abadía de Grey Friars, en Leicester.


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Vuelva por un momento a la realidad política local y ubique a los personajes de la última campaña en el lugar que quiera. Uno puede ser el traicionado hermano Eduardo, otro el deforme y maligno Ricardo III, otro el fabricante de reyes que luego se aprovecha de ellos…
¡Si queda lugar hasta para el caballo que vale un reino!.

Gabriel Stringhini

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