One billons dollars


Mil millones de dólares. Americanos, claro. Casi 90 presupuestos municipales de San Pedro. El gasto militar de un año en Cuba o Nueva Zelanda. Los ingresos anuales totales de Congo, Etiopía o Nicaragua y dos veces el de Camboya o Albania.
Un promedio invertido de 5 millones por hectárea. Mil millones en dos años. Un millón 370 mil dólares por día.
Una simple respuesta (“One billons dollars”), a una simple pregunta formulada por un periodista que tendría que trabajar un millón de años para ganar esa cifra, disparó la más grande expectativa jamás generada en la historia de San Pedro.
El anuncio efectuado el jueves por el particular personaje llamado Max Higgins podría transformarse en el hecho económico más importante para los sampedrinos de cualquier generación. O en una gran decepción.
Hay tantas ganas de creer en este anuncio que resulta difícil ahora concentrarse en la particular vida empresarial de Higgins, impulsor de eventos de modelaje, dueño de una discográfica, de una productora de cine y creador del último gran concurso de talentos juveniles de fútbol. Además, claro, amigo de Diego Maradona y uno de los promotores de sus recientes incursiones en los Emiratos Arabes.
Max Higgins es jamaiquino, no habla en castellano, pero tiene su “headquarter” en Puerto Madero, paradójicamente en una calle llamada Alicia Moreau de Justo. Una enorme cruz de oro con incrustaciones de piedras preciosas que le cuelga del pecho brilla con el sol de octubre mientras comenta con lujo de detalles como será el emprendimiento que modificará la vida de todos y cada uno de los habitantes de la zona.
Un séquito que incluye inversores árabes y americanos, traductoras, personal de seguridad y relacionistas públicos lo rodea y lo contiene. Max se mueve en tres helicópteros, como en su momento se movió en una Lamborghini Diábolo con solo una réplica en el mundo durante meses, hasta que en una confusa situación fue recuperada por la agencia que se la alquiló.
Habla sin parar y sin temor a lo que dice. No esconde ningún detalle de una inversión que provoca escalofríos de solo pensarla. Doscientas hectáreas en las que se incluirán dos hoteles, un parque de diversiones, un centro de convenciones, un casino y una discoteca.
Y contesta sin pudor: One billon dollars, con la misma naturalidad con que un candidato a Intendente promete asfaltar una cuadra en el barrio Banfield. Aunque con más simpatía, claro. Hasta se preocupa y nos mira con asombro cuando nos dirigimos al Intendente y le dejamos de preguntar.
¿Un egocéntrico? Sin dudas. ¿Un megalómano? No lo sabemos.
Lo cierto es que el solo anuncio de una posibilidad lejana en el tiempo apenas dos años disparó en horas el mercado inmobiliario local y aceleró los plazos de numerosos proyectos que estaban dormidos o a la espera de mejores oportunidades.
También, claro, se inició una virtual guerra de otras ciudades otras provincias, y hasta otros países, por contar con el mismo parque.

Jamaican raeggae
Jamaica fue conquistada por una flota inglesa a las órdenes de sir William Penn en 1655. La isla fue transferida de hecho a Inglaterra en 1670, según las disposiciones del Tratado de Madrid. Durante las últimas décadas del siglo XVII creció el número de inmigrantes ingleses; se desarrolló de un modo muy rápido la producción de azúcar, cacao y otras especies agrícolas y forestales; la consiguiente demanda de trabajadores para las plantaciones originó la importación de esclavos negros a gran escala. Jamaica pronto se convirtió en uno de los principales centros de comercio de esclavos del mundo. En 1692, Port Royal, el principal mercado de esclavos, quedó destruido por un terremoto. Kingston se estableció en las cercanías al poco tiempo. La esclavitud quedó abolida el 1 de agosto de 1838. La ley promulgada en tal sentido puso a disposición de los propietarios 30 millones de dólares en concepto de indemnización por la liberación de casi 310.000 esclavos.
30 millones para liberar un país. Lo mismo que Higgins gastará en un mes de trabajo en San Pedro.

El mágico mundo
Por si fuera poco, la millonaria inversión está respaldada por una de las cinco marcas más reconocidas en todo el mundo: Walt Disney. Tanto como Coca Cola o Mac Donald’s, Disney es un sinónimo de los Estados Unidos.
El máximo ganador de premios Oscar de todos los tiempos decidió que el período de dibujar al Pato Donald y el ratón Mickey había sido suficiente hace más de cincuenta años.
En las décadas de 1950 y 1960, Walt Disney Productions se convirtió en una de las mayores productoras cinematográficas, al tiempo que Disney intentaba mantener el mayor control artístico posible. La compañía abordó la publicación de literatura infantil y cómics, la mayoría de ellos protagonizados por el pato Donald y el perro Pluto. En 1955, Walt Disney Productions inauguró un parque gigantesco, Disneylandia, en Anaheim, California. Sus reconstrucciones de carácter histórico y sus espectaculares atracciones lo convirtieron en un foco turístico de primer orden. En la misma línea, en 1971, cinco años después del fallecimiento de Walt Disney, abrió sus puertas Disneyworld, cerca de la ciudad estadounidense de Orlando (Florida), y en 1992 Eurodisney, en las proximidades de París, Francia. El tercero fue en Japón.
Si, adivinó. El cuarto sería el de San Pedro, bautizado como Walt Disney Mundo.
Max no vaciló a la hora de anunciar que el suyo sería más grande.

Change the city
Antes aún de concretarse esta inversión, ya se habla de un nuevo hotel de cinco estrellas que estaría ubicado en la entrada a San Pedro por ruta 191, de una nueva vía de acceso que comunique directamente el parque con la autopista, un nuevo puerto para embarcaciones de lujo y la instalación de varias franquicias de comidas rápidas, heladerías y jugueterías.
Siempre en el potencial caso de que se realice la inversión, San Pedro dejará de ser la ciudad de las naranjas y el sampedrino más famoso habrá nacido en Jamaica y no será locutor ni periodista. Invertir en tierras será imposible para los locales, aunque llegarían millones de dólares en nuevos emprendimientos.
Habrá que prepararse. Si Higgins no miente, el San Pedro que conocemos, dejará de existir, y dejará paso a uno nuevo. Muchísimo mejor en numerosos aspectos, pero con riesgos claros si es que no se planifica adecuadamente. Para eso, hace falta un gran acuerdo político de todos los sectores y dejar de lado de una vez los egoísmos. Sueño o realidad, el Disney sampedrino excede en mucho la capacidad de manejo que puedan tener los Intendentes de turno de cualquier signo.

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