La historia comenzó el 8 de diciembre pasado cuando, en el marco de una visita hecha por el capitán de navío Raúl Benmoyal, representante de la Armada Argentina ante el Consejo Portuario local, surgió la posibilidad de un encuentro con el director de cultura José Luis Aguilar.
En la misma el oficial naval (según manifestó) se vio gratamente impresionado por la forma en que la ciudad mantiene su historia a través de diversos museos, y por ello le ofreció al funcionario una nave de la marina que estaba a punto de ser desactivada del servicio activo para utilizarla como museo flotante.
Esta práctica de transformar barcos en museos es algo muy difundido en muchos países del mundo pero no en la Argentina. Solamente existen dos naves en esa condición: la Fragata “Sarmiento” y la Corbeta “Uruguay”. Ambos son veleros y se hallan en la ciudad de Buenos Aires.
Rápidamente prendió este ofrecimiento en la administración municipal y, a los pocos días, el director de cultura viajaba, junto a otro funcionario, hacia la base naval de Mar del Plata para ver de qué nave se trataba y su tamaño porque no existen muchos lugares aquí donde una embarcación de guerra puede exponerse al público. Allí pudieron enterarse que se trataba del ARA “General Irigoyen”.
Los casi 70 metros de eslora de la nave dejaron solamente dos lugares posibles de ubicación. Descartado el puerto por necesitar de los muelles para la operatoria, quedó la posibilidad de profundizar la entrada de agua existente entre el paseo público Nº 1 y el club Náutico o, en su defecto, sobre el muelle ubicado entre el complejo “Safari” y el Club América.
Dos cosas comenzaron a apurar a los funcionarios locales. La primera de ellas era que, a mediados de febrero, la tripulación de la nave pasaba a otra más moderna y no habría posibilidad de traerla a San Pedro si no era con remolcadores. La cifra de 350 mil pesos estimada para ello era imposible de abordar por el municipio y entonces ¡olvídate! La segunda era que dos municipios, enterados del barco que iba a ser radiado, se habían puesto en marcha para hacerse con él.
En enero el intendente Guacone viaja al edificio “Libertad” y se entrevista con la plana mayor de la armada y es ahí cuando San Pedro empieza a ganar la carrera. Lo manifestado por el capitán Benmoyal a sus jefes y el interés que demostraban las autoridades de la ciudad por la nave comenzaron a inclinar la balanza.
Pero los trámites burocráticos que seguían la municipalidad, el ministerio de defensa y la marina exigían tiempos excesivos y se corría el riesgo de ver a la tripulación del “Irigoyen” dejar la nave antes que se cumplieran todos los requisitos de traslado.
Algo así le pasó a la comuna de Rosario con el destructor “Santísima Trinidad”. Esta unidad, gemela del “Hércules”, era de origen británico y ese gobierno, como secuela de la guerra del Atlántico Sur, dejó de vender repuestos de esas naves a nuestro país lo que terminó en la canibalización de uno para permitir el funcionamiento del otro. Rosario pidió al “Santísima Trinidad” y se lo otorgaron, pero el costo de ir a buscarlo hasta Mar del Plata es tan alto que, finalmente, frustró el deseo rosarino de tenerlo.
Pero la experiencia enseña. Las autoridades de la armada, con buen tino, decidieron previo a la salida de la tripulación, trasladar la embarcación a la base de Zárate. Allí existe suficiente personal para, llegado el momento, llevarla a San Pedro sin mayores costos.
Pero también existe otro motivo que hizo hacer todo lo posible a la Armada para dar esta nave y no destinarla a chatarra. Tiene que ver con la rica historia que la misma tiene.
Botado el 2 de noviembre de 1944 con el nombre de USS Cahuilla en los astilleros Charleston Shipbuilding and Dry Dock, en Carolina del Sur fue incorporado en marzo de 1945 a la flota norteamericana del Pacífico que estaba luchando contra el imperio del Japón.
A partir de ese momento tuvo una intensa (y peligrosa) actividad participando en acciones durante la batalla de Okinawa, estando sujeto a los temibles ataques “kamikazes” de la aviación japonesa.
Tras sobrevivir a ellos ingresó a la Bahía de Nagasaki donde integró las fuerzas de ocupación a la castigada ciudad, blanco de la segunda bomba atómica lanzada por los norteamericanos.
Luego vino su desafectación y su adquisición el 9 de julio de 1961 por parte de la marina argentina que lo bautizó ARA “General Irigoyen”.
Con casi medio siglo de actividad en el país este barco desempeñó una gran cantidad de operaciones de todo tipo, incluidas varias campañas antárticas y misiones durante la guerra de Malvinas. En una de ellas socorrió a un helicóptero del Destructor “Hércules” que había caído al mar, el “Irigoyen” rescató a los tripulantes con vida y recuperó la aeronave que todavía no se había hundido.
Esa es la embarcación que tendremos en San Pedro desde el sábado. Participó en la peor guerra que conozca la humanidad peleando contra los totalitarismos y defendió nuestra soberanía tanto en la guerra como en la paz. No son detalles menores.
Queda ver qué uso se le va a dar.
En la misma el oficial naval (según manifestó) se vio gratamente impresionado por la forma en que la ciudad mantiene su historia a través de diversos museos, y por ello le ofreció al funcionario una nave de la marina que estaba a punto de ser desactivada del servicio activo para utilizarla como museo flotante.
Esta práctica de transformar barcos en museos es algo muy difundido en muchos países del mundo pero no en la Argentina. Solamente existen dos naves en esa condición: la Fragata “Sarmiento” y la Corbeta “Uruguay”. Ambos son veleros y se hallan en la ciudad de Buenos Aires.
Rápidamente prendió este ofrecimiento en la administración municipal y, a los pocos días, el director de cultura viajaba, junto a otro funcionario, hacia la base naval de Mar del Plata para ver de qué nave se trataba y su tamaño porque no existen muchos lugares aquí donde una embarcación de guerra puede exponerse al público. Allí pudieron enterarse que se trataba del ARA “General Irigoyen”.
Los casi 70 metros de eslora de la nave dejaron solamente dos lugares posibles de ubicación. Descartado el puerto por necesitar de los muelles para la operatoria, quedó la posibilidad de profundizar la entrada de agua existente entre el paseo público Nº 1 y el club Náutico o, en su defecto, sobre el muelle ubicado entre el complejo “Safari” y el Club América.
Dos cosas comenzaron a apurar a los funcionarios locales. La primera de ellas era que, a mediados de febrero, la tripulación de la nave pasaba a otra más moderna y no habría posibilidad de traerla a San Pedro si no era con remolcadores. La cifra de 350 mil pesos estimada para ello era imposible de abordar por el municipio y entonces ¡olvídate! La segunda era que dos municipios, enterados del barco que iba a ser radiado, se habían puesto en marcha para hacerse con él.
En enero el intendente Guacone viaja al edificio “Libertad” y se entrevista con la plana mayor de la armada y es ahí cuando San Pedro empieza a ganar la carrera. Lo manifestado por el capitán Benmoyal a sus jefes y el interés que demostraban las autoridades de la ciudad por la nave comenzaron a inclinar la balanza.
Pero los trámites burocráticos que seguían la municipalidad, el ministerio de defensa y la marina exigían tiempos excesivos y se corría el riesgo de ver a la tripulación del “Irigoyen” dejar la nave antes que se cumplieran todos los requisitos de traslado.
Algo así le pasó a la comuna de Rosario con el destructor “Santísima Trinidad”. Esta unidad, gemela del “Hércules”, era de origen británico y ese gobierno, como secuela de la guerra del Atlántico Sur, dejó de vender repuestos de esas naves a nuestro país lo que terminó en la canibalización de uno para permitir el funcionamiento del otro. Rosario pidió al “Santísima Trinidad” y se lo otorgaron, pero el costo de ir a buscarlo hasta Mar del Plata es tan alto que, finalmente, frustró el deseo rosarino de tenerlo.
Pero la experiencia enseña. Las autoridades de la armada, con buen tino, decidieron previo a la salida de la tripulación, trasladar la embarcación a la base de Zárate. Allí existe suficiente personal para, llegado el momento, llevarla a San Pedro sin mayores costos.
Pero también existe otro motivo que hizo hacer todo lo posible a la Armada para dar esta nave y no destinarla a chatarra. Tiene que ver con la rica historia que la misma tiene.
Botado el 2 de noviembre de 1944 con el nombre de USS Cahuilla en los astilleros Charleston Shipbuilding and Dry Dock, en Carolina del Sur fue incorporado en marzo de 1945 a la flota norteamericana del Pacífico que estaba luchando contra el imperio del Japón.
A partir de ese momento tuvo una intensa (y peligrosa) actividad participando en acciones durante la batalla de Okinawa, estando sujeto a los temibles ataques “kamikazes” de la aviación japonesa.
Tras sobrevivir a ellos ingresó a la Bahía de Nagasaki donde integró las fuerzas de ocupación a la castigada ciudad, blanco de la segunda bomba atómica lanzada por los norteamericanos.
Luego vino su desafectación y su adquisición el 9 de julio de 1961 por parte de la marina argentina que lo bautizó ARA “General Irigoyen”.
Con casi medio siglo de actividad en el país este barco desempeñó una gran cantidad de operaciones de todo tipo, incluidas varias campañas antárticas y misiones durante la guerra de Malvinas. En una de ellas socorrió a un helicóptero del Destructor “Hércules” que había caído al mar, el “Irigoyen” rescató a los tripulantes con vida y recuperó la aeronave que todavía no se había hundido.
Esa es la embarcación que tendremos en San Pedro desde el sábado. Participó en la peor guerra que conozca la humanidad peleando contra los totalitarismos y defendió nuestra soberanía tanto en la guerra como en la paz. No son detalles menores.
Queda ver qué uso se le va a dar.
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