Es notable la sensación de impotencia que nace a partir de considerar como “muertes anunciadas” las sucedidas el pasado domingo en la ruta 191.
Todos sabíamos que algo así estaba a punto de suceder en cualquier momento y no solo en un acceso a la ciudad sino en la ciudad misma.
Y aún más tremendo es intuir que tres muertes no han cambiado absolutamente nada lo que indica que otro accidente semejante va a volver a ocurrir en algún momento.
No se trata de tremendismo sino simplemente de ver que hechos similares han ocurrido con anterioridad y no sirvieron para nada. Pero también de detenerse y hacer una lectura de otros dos hechos que vinieron a continuación de la tragedia.
Domingo 7. Una hora después de sucedido el accidente y cuando dos cuerpos aún se hallaban en el lugar. Un ciclomotor conducido por un hombre se acerca por ruta 191 viniendo desde el puente. Detrás de él tres pequeños se mantenían como podían en el pequeño rodado. El hombre pasa lentamente observando el tétrico panorama. Un funcionario municipal le señala al pasar lo ocurrido por ir varios en una moto. El hombre, indignado, le grita al inspector: “¡Andate a la mierda! ¡Son mis hijos, no los tuyos!”.
Lunes. Poco antes de las 8. Esto lo hizo público el propio Bronce. Una mujer en ciclomotor con un pequeño llega a la escuela normal por Bottaro, pero en contramano. “¡Y qué!” fue la respuesta de la mujer cuando Bronce le preguntó si se daba cuenta lo que estaba haciendo.
Seguramente debe haber cientos de estos casos, útiles como emergentes, para conocer que la cosa no va a cambiar y que solo falta ponerles nombres a las futuras víctimas.
¿Esta gente es mala? ¿No quiere a sus hijos, quizás? No, para nada. Los aman y se pondrían muy mal si algo les pasara. ¿Pero, por qué actúan así? Por ignorantes. La ignorancia suele ser tan letal como la imprudencia o el exceso de confianza.
¿Cómo se soluciona esto? Con educación vial, ni más ni menos. Los argentinos nos hemos convertido en ignorantes absolutos. Lo que sí aprendimos (y muy bien) es a ser racistas y discriminadores. Por ello es que pocas veces señalamos que en la ruta se están pegando continuamente autos de súper lujo con tipos a bordo que aceleran hasta acercarse a los 200 km. Ese conductor también es tan ignorante como las dos personas de los ejemplos del comienzo. El analfabetismo vial no discrimina entre pobres y ricos.
El Estado es el responsable final y eso está claro. Debe cuidarnos y el hacerlo incluye educarnos y sancionarnos con la severidad que la falta amerite. El lugar del aprendizaje es la escuela. Existen países donde la educación vial es una materia más, darla mal no significa que el alumno no egrese, pero hasta que no la apruebe está imposibilitado de sacar el carnet de conductor.
Esto exige por parte del Estado decisiones firmes. Pero los antecedentes no dan lugar para el optimismo. Con varios lustros de decidida la educación sexual en las escuelas todavía no ha sido implementada debido a las presiones de la iglesia. En tanto se suceden miles y miles de embarazos no deseados.
El Estado nacional no puede retardar más la implementación de la educación sexual y, menos que menos, la vial en las escuelas si es que quiere terminar las diez mil muertes anuales en accidentes. El Estado nacional no puede decir que no puede, tal como el Estado local no puede decir que no puede controlar a tres empresas areneras.
Y ya que tocamos a la iglesia, no estaría mal que las instituciones de la fe empezaran a reconocer su responsabilidad también en el tema de los accidentes viales.
“¡Es el destino!”, “¡Dios lo quiso!”, “¡Es un angelito y Dios quiso tenerlo con él!”, “¡Tenemos el destino señalado y hagamos lo que hagamos nos va a tocar igual!”. Parece mentira pero todas estas frases y a sus variaciones cualquiera las puede escuchar tras una tragedia. Esto también es ignorancia.
Probemos de cruzar las calles sin mirar a los costados, total es el destino lo que nos pase. Y si Dios quiere llevarse un angelito pues pidamos a sus embajadores terrenales que le digan que no sea tan cruel y busque llevárselos de otra manera.
La responsabilidad que le achaco a las religiones es no salir al cruce de estos conceptos que alguna vez sacerdotes y pastores difundían, tal vez como consuelo para personas sin consuelo, y que prendieron en la sociedad transformándose en culturales. Hoy deben también salir al cruce y clarificar que Dios nada tiene que ver con esto y que nosotros mismos somos responsables de lo que nos sucede y quienes nos labramos nuestro propio destino.
Todos sabíamos que algo así estaba a punto de suceder en cualquier momento y no solo en un acceso a la ciudad sino en la ciudad misma.
Y aún más tremendo es intuir que tres muertes no han cambiado absolutamente nada lo que indica que otro accidente semejante va a volver a ocurrir en algún momento.
No se trata de tremendismo sino simplemente de ver que hechos similares han ocurrido con anterioridad y no sirvieron para nada. Pero también de detenerse y hacer una lectura de otros dos hechos que vinieron a continuación de la tragedia.
Domingo 7. Una hora después de sucedido el accidente y cuando dos cuerpos aún se hallaban en el lugar. Un ciclomotor conducido por un hombre se acerca por ruta 191 viniendo desde el puente. Detrás de él tres pequeños se mantenían como podían en el pequeño rodado. El hombre pasa lentamente observando el tétrico panorama. Un funcionario municipal le señala al pasar lo ocurrido por ir varios en una moto. El hombre, indignado, le grita al inspector: “¡Andate a la mierda! ¡Son mis hijos, no los tuyos!”.
Lunes. Poco antes de las 8. Esto lo hizo público el propio Bronce. Una mujer en ciclomotor con un pequeño llega a la escuela normal por Bottaro, pero en contramano. “¡Y qué!” fue la respuesta de la mujer cuando Bronce le preguntó si se daba cuenta lo que estaba haciendo.
Seguramente debe haber cientos de estos casos, útiles como emergentes, para conocer que la cosa no va a cambiar y que solo falta ponerles nombres a las futuras víctimas.
¿Esta gente es mala? ¿No quiere a sus hijos, quizás? No, para nada. Los aman y se pondrían muy mal si algo les pasara. ¿Pero, por qué actúan así? Por ignorantes. La ignorancia suele ser tan letal como la imprudencia o el exceso de confianza.
¿Cómo se soluciona esto? Con educación vial, ni más ni menos. Los argentinos nos hemos convertido en ignorantes absolutos. Lo que sí aprendimos (y muy bien) es a ser racistas y discriminadores. Por ello es que pocas veces señalamos que en la ruta se están pegando continuamente autos de súper lujo con tipos a bordo que aceleran hasta acercarse a los 200 km. Ese conductor también es tan ignorante como las dos personas de los ejemplos del comienzo. El analfabetismo vial no discrimina entre pobres y ricos.
El Estado es el responsable final y eso está claro. Debe cuidarnos y el hacerlo incluye educarnos y sancionarnos con la severidad que la falta amerite. El lugar del aprendizaje es la escuela. Existen países donde la educación vial es una materia más, darla mal no significa que el alumno no egrese, pero hasta que no la apruebe está imposibilitado de sacar el carnet de conductor.
Esto exige por parte del Estado decisiones firmes. Pero los antecedentes no dan lugar para el optimismo. Con varios lustros de decidida la educación sexual en las escuelas todavía no ha sido implementada debido a las presiones de la iglesia. En tanto se suceden miles y miles de embarazos no deseados.
El Estado nacional no puede retardar más la implementación de la educación sexual y, menos que menos, la vial en las escuelas si es que quiere terminar las diez mil muertes anuales en accidentes. El Estado nacional no puede decir que no puede, tal como el Estado local no puede decir que no puede controlar a tres empresas areneras.
Y ya que tocamos a la iglesia, no estaría mal que las instituciones de la fe empezaran a reconocer su responsabilidad también en el tema de los accidentes viales.
“¡Es el destino!”, “¡Dios lo quiso!”, “¡Es un angelito y Dios quiso tenerlo con él!”, “¡Tenemos el destino señalado y hagamos lo que hagamos nos va a tocar igual!”. Parece mentira pero todas estas frases y a sus variaciones cualquiera las puede escuchar tras una tragedia. Esto también es ignorancia.
Probemos de cruzar las calles sin mirar a los costados, total es el destino lo que nos pase. Y si Dios quiere llevarse un angelito pues pidamos a sus embajadores terrenales que le digan que no sea tan cruel y busque llevárselos de otra manera.
La responsabilidad que le achaco a las religiones es no salir al cruce de estos conceptos que alguna vez sacerdotes y pastores difundían, tal vez como consuelo para personas sin consuelo, y que prendieron en la sociedad transformándose en culturales. Hoy deben también salir al cruce y clarificar que Dios nada tiene que ver con esto y que nosotros mismos somos responsables de lo que nos sucede y quienes nos labramos nuestro propio destino.
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