El actual proceso eleccionario revela las prácticas más repulsivas de cualquier profesión u oficio. Pero principalmente del periodismo, que nació y se constituye como una herramienta para la información, bien cultural preciado para ejercer uno de los derechos más fundamentales: el de ser ciudadano.
¿Para qué sirve, sino, la información? No sólo para estar al tanto de los acontecimientos de la ciudad, el país y el mundo sino también para poder elegir qué queremos como personas para nuestra ciudad, el país y el mundo y qué pretendemos para el futuro. Estar informados implica poder actuar con conocimiento y tomar decisiones con fundamentos.
Sin embargo, para que efectivamente cada ciudadano pueda ejercer ese derecho, es fundamental que la información que se difunda sea veraz, neutral, con el mayor grado de objetividad posible (si bien la objetividad absoluta no existe teniendo en cuenta que cada persona habla siempre desde una postura). Pero es por eso necesario que quien dé la información realice un verdadero examen de conciencia interior (¿qué difícil, no?). De lo contrario, debería situarse en un periodismo político o de opinión pero haciéndolo explícito para que los ciudadanos que leen, escuchan o miran un determinado programa sepan a qué se someten. Una cosa es informar, otra disfrazar la opinión de información.
Al mejor postor
Siempre ocurrió, pero en los tiempos de campaña electoral se hace tan evidente que causa repugnancia. Observar cómo algunos comunicadores, sin ningún tipo de resquemor, comienzan a operar a favor de algún partido político –de la manera más abierta hasta de la más pretendidamente oculta, sin lograrlo- obliga a una reflexión desde la ética. ¿Quién tiene la vara para medir qué es ético y qué no? Nadie la tiene, pero sí hay presupuestos éticos que deben tenerse en cuenta para ejercer una profesión con responsabilidad social.
Nadie puede afirmar, por otro lado, que es ético recibir dinero a cambio de operar políticamente para algún movimiento. De hecho, si se aceptan sumas –y grandes- ¿por qué no se blanquea públicamente, si es que no hay nada de qué avergonzarse? ¿Por qué engañar a oyentes, lectores o televidentes, plantándose desde un periodismo supuestamente neutro cuando no lo es?
Creemos que es necesario que periodistas y medios abran el debate para establecer un cuerpo de normas que se fundamente en la actividad ética. Pero debe ser asumido no sólo por los medios como organización sino también por sus miembros, es decir, los periodistas. Los comunicadores deberían asumir sus acciones acordando un cuerpo normativo moral, teniendo una actitud moral autónoma y manifestando disposición para reflexionar sobre las decisiones y acciones producidas.
Se conoce como mercenario a aquel soldado que lucha o participa en un conflicto bélico por su beneficio económico y personal, normalmente con poca o nula consideración en la ideología, nacionalidad o preferencias políticas con el bando para el que lucha. Generalmente se los menciona como asesinos a sueldo, criminales apátridas, sicarios, entre otros términos. Sin embargo, cuando el concepto mercenario se usa para referirse a un soldado de un ejército regular se considera normalmente un insulto a su honra. El soldado regular desprecia siempre al mercenario por ser un asesino sin causa aunque esté en su propio bando. El soldado regular que representa a su Nación, está dispuesto a luchar por una causa que es de su comunidad o país. Sin embargo, el mercenario lo hace solamente por lucro.
Felicitas Bernasconi
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