En la historia de la humanidad, los avances tecnológicos siempre han suscitado frenéticas adhesiones o furibundas detracciones. Pocas personas mantienen un medido equilibrio entre la utilidad concreta que un invento trae al planeta y la aplicación que cada mortal puede hacer de ello. Hace mucho, en los inicios de la Era Cibernética, esto ya fue planteado por Umberto Eco en “Apocalípticos e integrados”.
Cuanto más se amplía el universo de usuarios de una tecnología, más pareciera que su uso puede adquirir ribetes “mágicos”. No es extraño escuchar a muchos padres hablar con orgullo de las horas que sus hijos pasan frente a una máquina, concluyendo que el simple contacto con el aparato genera un desarrollo intelectual no comparable con ninguna otra actividad. Sin embargo, hace tiempo que estudios realizados sobre estas prácticas han concluido que la atención requerida para chatear o utilizar juegos en una computadora, no puede ser utilizada para realizar otras tareas. Además, el desarrollo de mecanismos de la inteligencia y los procesos de pensamiento que contribuye a ejercitar la lectura, no la equiparan con otras actividades.
Los adultos, para quienes el acceso a las nuevas tecnologías que van apareciendo a lo largo de sus vidas, representa un esfuerzo que los niños y adolescentes no necesitan hacer, confunden una incorporación de acciones mecánicas con una capacidad intelectual que en realidad no se pone en juego.
Por otra parte es sabido que mucha de la información presente en la Web no es lo suficientemente confiable y que, para que lo sea, el usuario debe tener ciertos conocimientos previos que niños y adolescentes a veces no poseen.
En consecuencia, nunca deja de ser necesario el acceso al conocimiento por vías tradicionales y, desde una perspectiva de “integrados”, pasar muchas horas frente a una computadora es muy útil en la medida en que se tenga un objetivo laboral, de investigación o aprendizaje concreto. Lo demás no deja de ser un entretenimiento, nada más, que no está mal que se haga pero que no hay que confundir con capacidades intelectuales superiores.
Para colmo de males, últimamente muchos estudios sobre “rendimiento laboral”- que, como se sabe, desgraciadamente, es el motor más importante a la hora de investigar- han descubierto que las interrupciones a las que una persona que está trabajando en una computadora sufre a través de la entrada y contestación de e-mails, tanto como las que producen los llamados a su teléfono celular y otras intromisiones en la tarea producto de las diferentes tecnologías, disminuyen notablemente la atención y la utilidad. Por esta razón ya se está experimentando en formas de impedir que la tecnología interfiera en el trabajo, dado que el sujeto, por propia voluntad , rara vez lo controla porque se desarrolla una adicción a estar conectado, además de que la mayoría de las personas creen que el ser humano está programado para realizar eficientemente varias tareas a la vez, cosa que no sucede.
¿Y leer desde la pantalla? El simple hecho de “saltar” de una página a otra, de una información a otra, no asegura que lo que allí se ofrece llegue a ser almacenado por el que “lee”. Pensemos en lo que sucede cuando recorremos las páginas de un libro, mientras lo “hojeamos” rápidamente sin detenernos en seguir la lectura o lo que ocurre al hacer zapping frente al televisor. Como ya dijo Beatriz Sarlo, la mayoría de las imágenes no se fijan porque no se ven. Podríamos aplicar fácilmente esto al salto constante sobre la información que nos brinda Internet : no se fija, pasa tan rápido que no se ve.
Si alguien va a una vieja biblioteca que funcione con fichas, o a una más moderna que tenga digitalizado su fichero o si entra en Internet para buscar una información, para encontrar lo que pueda ser útil, antes debe saber cómo y para qué hacerlo. De lo contrario, estar frente a la pantalla será como era mirar los libros en la vidriera de una librería para el fantasmita de un cuento que solía aparecer en las antologías infantiles, porque el personaje no sabía leer.
Cuanto más se amplía el universo de usuarios de una tecnología, más pareciera que su uso puede adquirir ribetes “mágicos”. No es extraño escuchar a muchos padres hablar con orgullo de las horas que sus hijos pasan frente a una máquina, concluyendo que el simple contacto con el aparato genera un desarrollo intelectual no comparable con ninguna otra actividad. Sin embargo, hace tiempo que estudios realizados sobre estas prácticas han concluido que la atención requerida para chatear o utilizar juegos en una computadora, no puede ser utilizada para realizar otras tareas. Además, el desarrollo de mecanismos de la inteligencia y los procesos de pensamiento que contribuye a ejercitar la lectura, no la equiparan con otras actividades.
Los adultos, para quienes el acceso a las nuevas tecnologías que van apareciendo a lo largo de sus vidas, representa un esfuerzo que los niños y adolescentes no necesitan hacer, confunden una incorporación de acciones mecánicas con una capacidad intelectual que en realidad no se pone en juego.
Por otra parte es sabido que mucha de la información presente en la Web no es lo suficientemente confiable y que, para que lo sea, el usuario debe tener ciertos conocimientos previos que niños y adolescentes a veces no poseen.
En consecuencia, nunca deja de ser necesario el acceso al conocimiento por vías tradicionales y, desde una perspectiva de “integrados”, pasar muchas horas frente a una computadora es muy útil en la medida en que se tenga un objetivo laboral, de investigación o aprendizaje concreto. Lo demás no deja de ser un entretenimiento, nada más, que no está mal que se haga pero que no hay que confundir con capacidades intelectuales superiores.
Para colmo de males, últimamente muchos estudios sobre “rendimiento laboral”- que, como se sabe, desgraciadamente, es el motor más importante a la hora de investigar- han descubierto que las interrupciones a las que una persona que está trabajando en una computadora sufre a través de la entrada y contestación de e-mails, tanto como las que producen los llamados a su teléfono celular y otras intromisiones en la tarea producto de las diferentes tecnologías, disminuyen notablemente la atención y la utilidad. Por esta razón ya se está experimentando en formas de impedir que la tecnología interfiera en el trabajo, dado que el sujeto, por propia voluntad , rara vez lo controla porque se desarrolla una adicción a estar conectado, además de que la mayoría de las personas creen que el ser humano está programado para realizar eficientemente varias tareas a la vez, cosa que no sucede.
¿Y leer desde la pantalla? El simple hecho de “saltar” de una página a otra, de una información a otra, no asegura que lo que allí se ofrece llegue a ser almacenado por el que “lee”. Pensemos en lo que sucede cuando recorremos las páginas de un libro, mientras lo “hojeamos” rápidamente sin detenernos en seguir la lectura o lo que ocurre al hacer zapping frente al televisor. Como ya dijo Beatriz Sarlo, la mayoría de las imágenes no se fijan porque no se ven. Podríamos aplicar fácilmente esto al salto constante sobre la información que nos brinda Internet : no se fija, pasa tan rápido que no se ve.
Si alguien va a una vieja biblioteca que funcione con fichas, o a una más moderna que tenga digitalizado su fichero o si entra en Internet para buscar una información, para encontrar lo que pueda ser útil, antes debe saber cómo y para qué hacerlo. De lo contrario, estar frente a la pantalla será como era mirar los libros en la vidriera de una librería para el fantasmita de un cuento que solía aparecer en las antologías infantiles, porque el personaje no sabía leer.
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