¡Hola a todos! yo soy el león,
rugió la bestia en medio de la avenida,
todos corrieron, sin entender,
panic show a plena luz del día.
La Renga, Panic Show
Lord Henry Kames hubiera esbozado una sonrisa (que nunca tuvo en los retratos) de conocer los episodios ocurridos en San Pedro en los últimos cuatro días. El padre de la sociología y antropología moderna murió 226 años antes, pero su frase más célebre cobró vigencia en una aldea –eso somos- muy alejada de su Escocia natal.
Lord Kames sostuvo que “la ignorancia es la madre del miedo”, y no es ningún secreto que los sampedrinos somos brutalmente ignorantes.
Como tantos otros, quien esto escribe no es fanático de La Renga, y la del sábado fue mi experiencia inaugural en un recital del grupo de mayor convocatoria del país. Por lo tanto, no soy quien para hacer una apología de la banda o de sus seguidores que, por otra parte, están lejos de necesitar.
Del mismo modo, vale preguntarse qué autoridad moral tienen los sampedrinos que juzgaron de antemano a 30 mil personas que llegaron para visitarnos –muchos por primera vez- desde Tierra del Fuego, Chile, Uruguay, Salta, Tucumán, Chaco y hasta Panamá. ¿Qué criterio aplicaron o qué conocimiento tenían para precisar que eran vándalos y exigir que no se autorizara su presencia?
La misma ignorancia supina con que los chusmas de toda clase social que pululan por la ciudad valoran a sus propios vecinos, fue aplicada sin medida para opinar sobre el mayor fenómeno de la música nacional de esta época. Guste o no guste lo que cantan, resulte simpático o antipático el público que tiene, lo cierto es que no existen demasiados paralelos en este país de un artista, de cualquier estilo, capaz de juntar por si mismo a cuarenta, setenta o cien mil personas sin apoyo de los grandes medios de comunicación. Menos aún, sin sostén de las discográficas más fuertes ni de las empresas líderes en organización de eventos.
Gente como uno
Detengámonos, entonces, en la “calidad” del público que llegó a la ciudad. Antes de partir, las principales columnas de seguidores se organizaron para cumplir con un ritual de todos los recitales: reunir alimentos y ropa para donar a comedores escolares y, en esta ocasión, juntar tapitas de plástico para la Fundación Garraham.
En el pasto o en la arena se vio a parejas con sus hijos recién nacidos, mujeres embarazadas, familias enteras con integrantes de los 5 a los 60 años, hinchas de Ford y del Chivo, rubias, morochas y pelirrojas mal teñidas, de La Matanza y de Belgrano, bosteros y gallinas… la Argentina misma.
Con treinta mil personas extra en San Pedro, todos esperaban desmanes de magnitud y un desborde de las fuerzas de seguridad. Pero de los siete heridos en la tarde del sábado en proximidades del recital y en el interior de ACTUR, seis se cayeron de la barranca, casi sin darse cuenta, y otro tenía un dedo lastimado.
¿Son carmelitas descalzas o damas de la caridad? No, claro, simplemente no tienen una pose falsa sobre la vida, y hacen lo que quieren.
En “Somos los mismos de siempre”, Chizzo canta: “La banda suena, te veo brillar,
no soy tu solución, pero sí un mejor disfraz” y agrega “No hay recetas, ni etiquetas
que te hagan sentir diferente, buscás refugio, querés sentir, querés un golpe de suerte. Y en tu andar, veo mi andar y somos los mismos de siempre”. Quizás sea eso, simplemente, lo que los identifique con su público en una suerte de religión pagana que mezcla banderas del Che Guevara con remeras de “Mi voto es no positivo”.
No resulta sencillo explicar esa mezcla rara. Como todo fenómeno masivo, queda en manos de algún discípulo de Kames.
Comerse el escenario
El show, no lo vamos a descubrir, es impactante. Un gigantezco bicharraco cíclope de ocho patas inflado sobre los músicos hipnotiza a los que están más lejos cuando las luces se reflejan en él. Dos columnas con dieciocho cajas por lado proyectan el sonido a varios kilómetros, y los graves mueven el piso, literalmente.
Chizzo cumple con su función como un predicador frente a la feligresía, conciente de que es capaz de hechizarlos con una mirada. Las masas esperan sus gestos desafiantes y ante el primer rugido del león comienza un pogo que se extenderá por dos horas y media.
Se conocen y se respetan. Son, ellos mismos lo dicen, una familia. Y “La Renga” es el padre y la madre, todo junto. La mayoría no tenía idea de quien era el tipo que subió al escenario como telonero, hasta que el mismísimo Gustavo Nápoli en persona lo bendijo con su presencia y lo presentó como “la historia del rock nacional”: era la célula fundacional de Vox Dei, el mismísimo Ricardo Soulé, a quien aplaudieron por simbiosis. Antes, la misma devoción por todo lo que huela a “La Renga” los hizo ovacionar a “La Naranja”, una versión nacional y popular de AC/DC que acostumbra acompañar a la banda de Mataderos en donde se presenten.
Un faaaaaaaasooooooooo
“!!!!Y a usté’ le parece que vamo’ a aguantarrrrrr a eso’ drogadito’!!!, ¿pa’ eso pagamo’ lo’ impuesto’?” espetaba en el rostro de quien la quisiera escuchar una vecina típica en su minimercado, olvidando por un momento que debe diez meses de tasas municipales y vende en negro la mitad de la mercadería. Su marido, en tanto, intentaba enchufarle a los pibes que bajaban por la avenida un agua mineral a siete pesos.
Acerca de la violencia que muchos aguardaban con ansias para decir: “Viste… ¿qué te dije?”, nos limitamos a reproducir las declaraciones del Dr. José Herbas, a cargo del dispositivo médico: “Nosotros que estuvimos al frente del evento, en ningún momento fuimos agredidos, fue gente muy respetuosa, al contrario. Fíjese que nosotros atendimos toda gente alcoholizada, pero ninguno de ellos nos faltó el respeto, colaboraron para ser asistidos. Los pacientes alcoholizados de San Pedro agreden permanentemente a los médicos de guardia”.
El consumo de alcohol y drogas forma parte, si, de los recitales de rock. Todos los saben, y sería falaz pensar que son los únicos que lo hacen. Bastaría con que alguno de los padres que no dejaron salir a sus hijos o los socios “del club” que no bajaron a la costanera por temor a lo que podía pasar se den una vuelta por el centro un domingo a la madrugada.
Con hectolitros de cerveza en las venas y toneladas de cannabis en el cerebro, la masa de seguidores de La Renga parece un cordero atado a la par de los niños bien sampedrinos que cada fin de semana atacan en patota a “los negros” de los barrios después de emborracharse con el olor de un licor mal mezclado.
Y a quienes se asustaron porque los chicos que salían del recital descargaban sus efluentes orgánicos en las plazas (porque no había suficientes baños químicos), pues que pasen por las calles Mitre o Pellegrini un domingo a la mañana para ver el estado de las puertas.
Ignopocresía
La combinación de la ignorancia con la hipocresía no puede dar como resultado nada positivo. Y la sociedad sampedrina tiene un alto componente de esos dos ingredientes.
Si no, cómo pudo prejuzgar de la forma en que lo hizo a los autores de versos tan sensibles como los de “Detonador de sueños”:
Esa bomba de hoy,
la que llevas entre tus manos,
la que nadie te ofreció,
eso es todo y sin embargo...
haré una exepción,
por haber nacido humano,
somos hijos del amor,
eso es todo y sin embargo...
moriremos frente al mar
de todo lo que has llorado,
no se puede destruir
todo el sueño sin soñarlo...
De todos modos, tal vez sea mejor esa ignorancia. Si supieran algo, apenas algo, de lo que dicen las letras de La Renga, quizás sería peor. Estaríamos en presencia de los “progres por un día” que tan bien describió Eduardo Campos en una de sus columnas.
Romper los dientes de este engranaje
Hice un lugar en el refugio de mis sueños
Y guardé ahí mi tesoro más preciado
Donde no llega el hombre con sus jaulas
Ni la maquinaria de la supervivencia
Me fue más fácil intentar la vida
Que venderla al intelecto y la conformidad
Y ahora sólo un camino he de caminar
Cualquier camino que tenga corazón
Atravesando todo su largo sin aliento
Dejando atrás mil razones en el tiempo
Y morir queriendo ser libre, encontrar mi lado salvaje
Ponerle alas a mi destino
Romper los dientes de este engranaje
La Renga, Hablando de la libertad
rugió la bestia en medio de la avenida,
todos corrieron, sin entender,
panic show a plena luz del día.
La Renga, Panic Show
Lord Henry Kames hubiera esbozado una sonrisa (que nunca tuvo en los retratos) de conocer los episodios ocurridos en San Pedro en los últimos cuatro días. El padre de la sociología y antropología moderna murió 226 años antes, pero su frase más célebre cobró vigencia en una aldea –eso somos- muy alejada de su Escocia natal.
Lord Kames sostuvo que “la ignorancia es la madre del miedo”, y no es ningún secreto que los sampedrinos somos brutalmente ignorantes.
Como tantos otros, quien esto escribe no es fanático de La Renga, y la del sábado fue mi experiencia inaugural en un recital del grupo de mayor convocatoria del país. Por lo tanto, no soy quien para hacer una apología de la banda o de sus seguidores que, por otra parte, están lejos de necesitar.
Del mismo modo, vale preguntarse qué autoridad moral tienen los sampedrinos que juzgaron de antemano a 30 mil personas que llegaron para visitarnos –muchos por primera vez- desde Tierra del Fuego, Chile, Uruguay, Salta, Tucumán, Chaco y hasta Panamá. ¿Qué criterio aplicaron o qué conocimiento tenían para precisar que eran vándalos y exigir que no se autorizara su presencia?
La misma ignorancia supina con que los chusmas de toda clase social que pululan por la ciudad valoran a sus propios vecinos, fue aplicada sin medida para opinar sobre el mayor fenómeno de la música nacional de esta época. Guste o no guste lo que cantan, resulte simpático o antipático el público que tiene, lo cierto es que no existen demasiados paralelos en este país de un artista, de cualquier estilo, capaz de juntar por si mismo a cuarenta, setenta o cien mil personas sin apoyo de los grandes medios de comunicación. Menos aún, sin sostén de las discográficas más fuertes ni de las empresas líderes en organización de eventos.
Gente como uno
Detengámonos, entonces, en la “calidad” del público que llegó a la ciudad. Antes de partir, las principales columnas de seguidores se organizaron para cumplir con un ritual de todos los recitales: reunir alimentos y ropa para donar a comedores escolares y, en esta ocasión, juntar tapitas de plástico para la Fundación Garraham.
En el pasto o en la arena se vio a parejas con sus hijos recién nacidos, mujeres embarazadas, familias enteras con integrantes de los 5 a los 60 años, hinchas de Ford y del Chivo, rubias, morochas y pelirrojas mal teñidas, de La Matanza y de Belgrano, bosteros y gallinas… la Argentina misma.
Con treinta mil personas extra en San Pedro, todos esperaban desmanes de magnitud y un desborde de las fuerzas de seguridad. Pero de los siete heridos en la tarde del sábado en proximidades del recital y en el interior de ACTUR, seis se cayeron de la barranca, casi sin darse cuenta, y otro tenía un dedo lastimado.
¿Son carmelitas descalzas o damas de la caridad? No, claro, simplemente no tienen una pose falsa sobre la vida, y hacen lo que quieren.
En “Somos los mismos de siempre”, Chizzo canta: “La banda suena, te veo brillar,
no soy tu solución, pero sí un mejor disfraz” y agrega “No hay recetas, ni etiquetas
que te hagan sentir diferente, buscás refugio, querés sentir, querés un golpe de suerte. Y en tu andar, veo mi andar y somos los mismos de siempre”. Quizás sea eso, simplemente, lo que los identifique con su público en una suerte de religión pagana que mezcla banderas del Che Guevara con remeras de “Mi voto es no positivo”.
No resulta sencillo explicar esa mezcla rara. Como todo fenómeno masivo, queda en manos de algún discípulo de Kames.
Comerse el escenario
El show, no lo vamos a descubrir, es impactante. Un gigantezco bicharraco cíclope de ocho patas inflado sobre los músicos hipnotiza a los que están más lejos cuando las luces se reflejan en él. Dos columnas con dieciocho cajas por lado proyectan el sonido a varios kilómetros, y los graves mueven el piso, literalmente.
Chizzo cumple con su función como un predicador frente a la feligresía, conciente de que es capaz de hechizarlos con una mirada. Las masas esperan sus gestos desafiantes y ante el primer rugido del león comienza un pogo que se extenderá por dos horas y media.
Se conocen y se respetan. Son, ellos mismos lo dicen, una familia. Y “La Renga” es el padre y la madre, todo junto. La mayoría no tenía idea de quien era el tipo que subió al escenario como telonero, hasta que el mismísimo Gustavo Nápoli en persona lo bendijo con su presencia y lo presentó como “la historia del rock nacional”: era la célula fundacional de Vox Dei, el mismísimo Ricardo Soulé, a quien aplaudieron por simbiosis. Antes, la misma devoción por todo lo que huela a “La Renga” los hizo ovacionar a “La Naranja”, una versión nacional y popular de AC/DC que acostumbra acompañar a la banda de Mataderos en donde se presenten.
Un faaaaaaaasooooooooo
“!!!!Y a usté’ le parece que vamo’ a aguantarrrrrr a eso’ drogadito’!!!, ¿pa’ eso pagamo’ lo’ impuesto’?” espetaba en el rostro de quien la quisiera escuchar una vecina típica en su minimercado, olvidando por un momento que debe diez meses de tasas municipales y vende en negro la mitad de la mercadería. Su marido, en tanto, intentaba enchufarle a los pibes que bajaban por la avenida un agua mineral a siete pesos.
Acerca de la violencia que muchos aguardaban con ansias para decir: “Viste… ¿qué te dije?”, nos limitamos a reproducir las declaraciones del Dr. José Herbas, a cargo del dispositivo médico: “Nosotros que estuvimos al frente del evento, en ningún momento fuimos agredidos, fue gente muy respetuosa, al contrario. Fíjese que nosotros atendimos toda gente alcoholizada, pero ninguno de ellos nos faltó el respeto, colaboraron para ser asistidos. Los pacientes alcoholizados de San Pedro agreden permanentemente a los médicos de guardia”.
El consumo de alcohol y drogas forma parte, si, de los recitales de rock. Todos los saben, y sería falaz pensar que son los únicos que lo hacen. Bastaría con que alguno de los padres que no dejaron salir a sus hijos o los socios “del club” que no bajaron a la costanera por temor a lo que podía pasar se den una vuelta por el centro un domingo a la madrugada.
Con hectolitros de cerveza en las venas y toneladas de cannabis en el cerebro, la masa de seguidores de La Renga parece un cordero atado a la par de los niños bien sampedrinos que cada fin de semana atacan en patota a “los negros” de los barrios después de emborracharse con el olor de un licor mal mezclado.
Y a quienes se asustaron porque los chicos que salían del recital descargaban sus efluentes orgánicos en las plazas (porque no había suficientes baños químicos), pues que pasen por las calles Mitre o Pellegrini un domingo a la mañana para ver el estado de las puertas.
Ignopocresía
La combinación de la ignorancia con la hipocresía no puede dar como resultado nada positivo. Y la sociedad sampedrina tiene un alto componente de esos dos ingredientes.
Si no, cómo pudo prejuzgar de la forma en que lo hizo a los autores de versos tan sensibles como los de “Detonador de sueños”:
Esa bomba de hoy,
la que llevas entre tus manos,
la que nadie te ofreció,
eso es todo y sin embargo...
haré una exepción,
por haber nacido humano,
somos hijos del amor,
eso es todo y sin embargo...
moriremos frente al mar
de todo lo que has llorado,
no se puede destruir
todo el sueño sin soñarlo...
De todos modos, tal vez sea mejor esa ignorancia. Si supieran algo, apenas algo, de lo que dicen las letras de La Renga, quizás sería peor. Estaríamos en presencia de los “progres por un día” que tan bien describió Eduardo Campos en una de sus columnas.
Romper los dientes de este engranaje
Hice un lugar en el refugio de mis sueños
Y guardé ahí mi tesoro más preciado
Donde no llega el hombre con sus jaulas
Ni la maquinaria de la supervivencia
Me fue más fácil intentar la vida
Que venderla al intelecto y la conformidad
Y ahora sólo un camino he de caminar
Cualquier camino que tenga corazón
Atravesando todo su largo sin aliento
Dejando atrás mil razones en el tiempo
Y morir queriendo ser libre, encontrar mi lado salvaje
Ponerle alas a mi destino
Romper los dientes de este engranaje
La Renga, Hablando de la libertad
Comentarios
Una síntesis a mi entender perfecta.
Saludos
Naico
muy buen laburo capo un abrazo y felices fiestas!!!
Genial tu comentario, de verdad te lo digo. Estuve alli y lo vi,, Tengo 49 años y llegue hata la renga a traves de mi hija de 19, ella se quedo en casa y yo fui a ver a la mejor banda de rock ( no rocanrol) del pais en este momento. Claro, te imaginara sque cuando anuncio Ricardo Soule a mi se me cayo una lagrima... yo viví y goze a los Vox Dei, a tanta otra gloria nacional...Nada, olvidense de los inoperantes de siempre, porque seguramentre hoy tienen un admirador mas de su bellisima ciudad, y no tengas dudas que pronto ire a visitarlos de nuevo, pero sin "Los mismos de siempre"
Mucha gente hablo Antes, se quejaban y a la ves intentaban vivir de nosotros,
Pero San Pedro, Nos trato muy bien.!
Graciias Gente!
Gero De Mar Del Plata, la feliz(?)
Me gustó mucho como tratas la intolerancia, personalemente viajo siempre que puedo, y en cada lugar te encontrás con cosas similares, a veces es peor, a veces está todo bien, muchas veces pasa que desde el mismo aparato burocrático sentimos hasta desprecio, cuando la policía se pone picante con actitud altanera.
Pero te puedo asegurar que es tal cual como vos decís, es por desconocimiento, si dejaran de lado todos los juicios de valor, para con cualquier tipo de aspecto de la vida, incluso ellos mismos vivirían más tranquilos. Al público de la renga, como describís, le importa ir porque se encuentra con amigos, porque es fraternidad lo que hay en el aire y porque se identifica con el mensaje que transmite la banda. Por algo eso de somos los mismos de siempre. Aunque muchos no lo comprendan.
Excelente redacción. Todo un mérito.
Gracias.
gisela.
Me emocionaba ver las calles de san pedro repletas de gente por todos lado.
gracias chicos
gracias gabriel
lo voy a imprimir y se lo voy a mostrar varios sanpedrinos que saben criticar muy bien sobre lo que desconocen.
te felicito loco!
No te conozco flaco, pero te felicito por lo que decís.
Vení mas seguido a los recitales y te hacemos un rengo más... jajajaja saludos a los bosteros que Tigre sale campeón, les queda poco.
un abrazo y Felices Fiestas.
tuve la suerte de estar ahi y la gente de san pedro nos recibio muy bien.
SAN MIGUEL ARMO LA FIESTA.
QUE TRAPO PAPA¡¡¡
los pibes de banfield
Inés
Vos prestaste mucha antencion inclusive mas de la que suelen prestar los periodistas del rock como los de la revista rollingstone argentina cuya cobertura fue algo asi:
"tocaron los clasicos temas nuevos en fin estuvo bueno el recital"
si algo te falto pulir es que la renga no es nuestra vida
es nuestra libertad.
luciano hilal
Como seguidora de La Renga que soy explicaste con una buena redacción lo que muchos (por no decir todos) sentimos por la banda.
Sobre las tapitas, me alegra mucho que haya llegado a boca de varios, ya que soy amiga de los organizadores y son personas de puta madre, que ya más de una vez vienen organizando las rutas solidarias.
Fui a San Pedro y no me sentí agredida por nadie, pero se veia en las caras de los vecinos que muchos no les gustaba, aunque tuve el placer de hablar con dos señoras que estaban sentadas afuera de sus casas (por el tremendo calor que hacia) y estaban sorprendidas por lo que nos movia la banda, le conté de donde venia y de donde eran mis amigos y no lo podian creer, pero con una actitud de aceptación, así que hubo gente que lo tomo como algo positivo.
La verdad que te felicito.
Muchos saludos.
Emilia.