Por Pablo Banegas, columnista invitado
“Lo único que hacen esas negras inorantas es rascarse”, esto no es un diálogo de la Tota y la Porota, ni de la Chona; mucho menos una burla a una forma de hablar. No, esto es un grito que escuché por una radio local que trasmitía desde un conflicto gremial (el paro de un taller de costura) y en medio de un tumulto se coló la voz de una mujer descalificando a las que encabezaban la protesta y que eran nada más y nada menos que sus compañeras de trabajo.
“Lo único que hacen esas negras inorantas es rascarse”, ¿de qué habla la frase?, mejor dicho, ¿de quién habla la frase? ¿De esa mujer que inconscientemente desnudó su racismo de entrecasa, que posiblemente sea el peor? ¿Habla de su condición social, de su escolaridad insuficiente? ¿Habla de una ignorancia, tal vez superior, a las de las propias negras inorantas a las que ella acusa de rascarse? Sí. En principio habla de ella, ¿por qué perdonar a priori a alguien que descalifica a sus pares con tanta violencia? Aunque adivinemos que no tuvo la posibilidad de educarse, o que muchos años de pobreza y desocupación incubaron en su razonamiento algo como “ahora que tengo un trabajo seguro, aunque me traten mal, aunque no me paguen lo que corresponde, lo puedo perder por culpa de estas quilomberas”
Hay que empezar a desgranar los actos individuales, no todos somos culpables de todo, la única culpable de gritarle negras inorantas a un grupo de trabajadoras fue esa mujer. Lo que sí, sería totalmente injusto cargarla solamente a ella con el significado de la frase; frase, entre otras, que nos representa bastante. ¿Qué pedían las negras inorantas? Pedían que se reincorporara a una compañera despedida, mejor trato, reconocimientos de ítems en el recibo y recomposición salarial. Entonces, estaban pidiendo algo que también la beneficiaria. ¿Acaso no se le ocurre pensar que algún día podría necesitar de la solidaridad de sus compañeros si llegara a sufrir un despido?, ¿que nadie, aunque sean nuestros empleadores, puede maltratarnos?, ¿que lo que no figura hoy en su recibo no figurará en su jubilación, la que necesitará para comer y comprar remedios imprescindibles? No, no lo pensó. Pero en esto también hay que ser justos con ella, esa falta de solidaridad es casi la esencia de nuestro ser. Somos portadores de una ideología conservadora, capaces de renunciar a la justicia con tal de que no nos modifiquen nuestra módica tranquilidad, la que (no sin sacrificio) hemos construido. Y no sólo que este conservadurismo nos lleva a la deshumanización, sino que mina las bases de aquellos que quieren mejorar su situación y por ende la del conjunto.
Yo no le compraría un auto usado a un sindicalista, pero tampoco se lo compraría al patrón. Parto de la base que no hay democracia en los sindicatos, que los fondos de las obras sociales son utilizados a discreción y que tienen métodos cuestionables. Pero que siempre está la posibilidad de que las bases puedan cambiar, más rápido o más despacio estructuras corruptas y violentas. Eso es perfectamente comprobable en los movimientos de base de trabajadores telefónicos y subtes que se apartaron de la burocracia sindical y negociaron con los monopolios de los servicios sin traicionar a los trabajadores. Todo esto viene a cuento, de que en este conflicto de las negras inorantas llegó el gremio y nos quedamos en la forma, en la frase superficial: llegaron con bombos, quemaron gomas y le llenaron la cabeza a los trabajadores.
Estos argumentos están bien para los empresarios, es hasta previsible que los utilicen. Pero me animo a decir que somos los propios trabajadores los que también los utilizamos y como en el caso de los empresarios, también es previsible.
Seguramente el movimiento trabajador organizado tuvo mejores épocas, mejores dirigentes, bases más concientes de sus derechos; pero no por eso debo descalificarlo de entrada y menos por que tocan el redoblante. Primero porque puede ser totalmente genuino, estar realmente consustanciado con el reclamo ¿por qué debo dudar de los que me defienden? Para eso tengo tiempo y si participo hasta lo puedo mejorar o cambiar. Y segundo, porque la única manera de que no se achate la escala salarial es a través de la presión de los trabajadores organizados. Hagamos la prueba, dejemos que los empresarios, solos, sin que nadie los presione, determinen cuál es la remuneración que ellos consideran justa para nosotros y yo le aseguro a esa señora que no va a tener ni fuerza para gritar negras inorantas. En este país, los empresarios mandaron a torturar y desaparecer delegados que les molestaban, entonces, salvo que nos agarre un rapto de ingenuidad suicida, por qué vamos creer que el capital se humanizó.
Nuestro pensamiento se inclina a descalificar a nuestros pares, en San Pedro lo vivimos en la huelga docente del 2002, los únicos trabajadores que reaccionaron unidos y masivamente contra la injusticia fueron insultados desde algunos medios de comunicación locales y denostados por los padres, cuando lo que hacían era defender el único espacio por el que todavía pasaba la institucionalidad del país quebrado. Lo vimos con los planes Jefes y Jefas; más allá de la utilización política hay que ser muy necio para no reconocer que en ese momento había hambre y que fueron necesarios. Y aquellos que conservaban sus trabajos, precarios, mal remunerados, que incluso estaban a un paso de tener que recibirlos, fueron quienes más criticaron y descalificaron a los beneficiarios de aquellos planes sociales. Pasa cuando el estado otorga viviendas a sectores casi desamparados, jubilaciones a personas que no tienen el más mínimo sustento, o le cobra impuestos a quienes obtienen ganancias fabulosas.
No deja de ser alentador saber que hay trabajadores que reclaman por sus derechos, que se sobreponen al miedo, los prejuicios, la injusticia; esto habla de un panorama más despejado y menos chato. Pero no debemos desoír las señales que emite lo peor de nosotros; el grito de negras inorantas que es de esa señora, también se le escucha a los empresarios, a los dirigentes, los periodistas, a nosotros mismos y cada vez con más frecuencia.
“Lo único que hacen esas negras inorantas es rascarse”, ¿de qué habla la frase?, mejor dicho, ¿de quién habla la frase? ¿De esa mujer que inconscientemente desnudó su racismo de entrecasa, que posiblemente sea el peor? ¿Habla de su condición social, de su escolaridad insuficiente? ¿Habla de una ignorancia, tal vez superior, a las de las propias negras inorantas a las que ella acusa de rascarse? Sí. En principio habla de ella, ¿por qué perdonar a priori a alguien que descalifica a sus pares con tanta violencia? Aunque adivinemos que no tuvo la posibilidad de educarse, o que muchos años de pobreza y desocupación incubaron en su razonamiento algo como “ahora que tengo un trabajo seguro, aunque me traten mal, aunque no me paguen lo que corresponde, lo puedo perder por culpa de estas quilomberas”
Hay que empezar a desgranar los actos individuales, no todos somos culpables de todo, la única culpable de gritarle negras inorantas a un grupo de trabajadoras fue esa mujer. Lo que sí, sería totalmente injusto cargarla solamente a ella con el significado de la frase; frase, entre otras, que nos representa bastante. ¿Qué pedían las negras inorantas? Pedían que se reincorporara a una compañera despedida, mejor trato, reconocimientos de ítems en el recibo y recomposición salarial. Entonces, estaban pidiendo algo que también la beneficiaria. ¿Acaso no se le ocurre pensar que algún día podría necesitar de la solidaridad de sus compañeros si llegara a sufrir un despido?, ¿que nadie, aunque sean nuestros empleadores, puede maltratarnos?, ¿que lo que no figura hoy en su recibo no figurará en su jubilación, la que necesitará para comer y comprar remedios imprescindibles? No, no lo pensó. Pero en esto también hay que ser justos con ella, esa falta de solidaridad es casi la esencia de nuestro ser. Somos portadores de una ideología conservadora, capaces de renunciar a la justicia con tal de que no nos modifiquen nuestra módica tranquilidad, la que (no sin sacrificio) hemos construido. Y no sólo que este conservadurismo nos lleva a la deshumanización, sino que mina las bases de aquellos que quieren mejorar su situación y por ende la del conjunto.
Yo no le compraría un auto usado a un sindicalista, pero tampoco se lo compraría al patrón. Parto de la base que no hay democracia en los sindicatos, que los fondos de las obras sociales son utilizados a discreción y que tienen métodos cuestionables. Pero que siempre está la posibilidad de que las bases puedan cambiar, más rápido o más despacio estructuras corruptas y violentas. Eso es perfectamente comprobable en los movimientos de base de trabajadores telefónicos y subtes que se apartaron de la burocracia sindical y negociaron con los monopolios de los servicios sin traicionar a los trabajadores. Todo esto viene a cuento, de que en este conflicto de las negras inorantas llegó el gremio y nos quedamos en la forma, en la frase superficial: llegaron con bombos, quemaron gomas y le llenaron la cabeza a los trabajadores.
Estos argumentos están bien para los empresarios, es hasta previsible que los utilicen. Pero me animo a decir que somos los propios trabajadores los que también los utilizamos y como en el caso de los empresarios, también es previsible.
Seguramente el movimiento trabajador organizado tuvo mejores épocas, mejores dirigentes, bases más concientes de sus derechos; pero no por eso debo descalificarlo de entrada y menos por que tocan el redoblante. Primero porque puede ser totalmente genuino, estar realmente consustanciado con el reclamo ¿por qué debo dudar de los que me defienden? Para eso tengo tiempo y si participo hasta lo puedo mejorar o cambiar. Y segundo, porque la única manera de que no se achate la escala salarial es a través de la presión de los trabajadores organizados. Hagamos la prueba, dejemos que los empresarios, solos, sin que nadie los presione, determinen cuál es la remuneración que ellos consideran justa para nosotros y yo le aseguro a esa señora que no va a tener ni fuerza para gritar negras inorantas. En este país, los empresarios mandaron a torturar y desaparecer delegados que les molestaban, entonces, salvo que nos agarre un rapto de ingenuidad suicida, por qué vamos creer que el capital se humanizó.
Nuestro pensamiento se inclina a descalificar a nuestros pares, en San Pedro lo vivimos en la huelga docente del 2002, los únicos trabajadores que reaccionaron unidos y masivamente contra la injusticia fueron insultados desde algunos medios de comunicación locales y denostados por los padres, cuando lo que hacían era defender el único espacio por el que todavía pasaba la institucionalidad del país quebrado. Lo vimos con los planes Jefes y Jefas; más allá de la utilización política hay que ser muy necio para no reconocer que en ese momento había hambre y que fueron necesarios. Y aquellos que conservaban sus trabajos, precarios, mal remunerados, que incluso estaban a un paso de tener que recibirlos, fueron quienes más criticaron y descalificaron a los beneficiarios de aquellos planes sociales. Pasa cuando el estado otorga viviendas a sectores casi desamparados, jubilaciones a personas que no tienen el más mínimo sustento, o le cobra impuestos a quienes obtienen ganancias fabulosas.
No deja de ser alentador saber que hay trabajadores que reclaman por sus derechos, que se sobreponen al miedo, los prejuicios, la injusticia; esto habla de un panorama más despejado y menos chato. Pero no debemos desoír las señales que emite lo peor de nosotros; el grito de negras inorantas que es de esa señora, también se le escucha a los empresarios, a los dirigentes, los periodistas, a nosotros mismos y cada vez con más frecuencia.
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