Eran, más o menos, las 6 y media de la tarde de ayer martes. Circulaba por el camino al puerto cuando veo una línea de camiones areneros que salía del mismo.
Eran no menos de 20, uno detrás de otro que, totalmente cargados, partían en dirección a Rómulo Nahón buscando la salida de la ciudad.
Por ahí me equivoco y pido perdón pero, sospecho, los tipos esperaban la hora en que se levantaran los controles para poder pasar cargados al tope y sin problemas.
En años a esta parte tanto los camiones areneros como los conductores de motos y ciclomotores se han convertido en un problema insoluble para las distintas administraciones municipales.
Y constituyen hoy un dolor de cabeza porque, también sospecho, que la falta de rigor en las sanciones de esas infracciones tiene mucho que ver en la extensión temporal del problema.
Los diarios del martes, a través de una noticia en particular, nos dan un indicio sobre cómo se aborda ese problema en los países denominados del “primer mundo”.
Andrés Nocioni, alero de la selección argentina y que se desempeña en Sacramento Kings de la NBA, fue sorprendido conduciendo ebrio por un control caminero estadounidense.
Si bien Nocioni reconoció haber cometido esa infracción de tránsito la sanción que recibió no es precisamente suave: la realización de un trabajo comunitario, una multa de 480 dólares, tomar un curso de tránsito y tres años de libertad condicional, con la advertencia que la segunda vez va a ser peor. Pensemos y comparemos como le va a alguien que es detenido conduciendo ebrio en San Pedro.
Pero, además, les voy a contar cómo era nuestra ciudad en los comienzos. Hace ya unos años recuerdo haber tomado nota en el archivo del Municipio de un acta del Cuerpo Municipal, un antecesor del Concejo Deliberante, en la que se dejaba constancia de la decisión de los municipales Eugenio Arnaldo, Benito Urraco, Vicente Cané, Justo Salate y Pedro Arroqui de establecer nuevas multas para una infracción que les preocupaba. Estamos en agosto de 1856 y el cuerpo acuerda: “en lugar de la multa de cinco pesos impuesta sobre los animales vacunos que se encontrasen sueltos por la plaza o calles del Pueblo, así como los caballos que se atan en la plaza, hoy deberá ser de cincuenta pesos por la primera vez, cien por la segunda y ciento cincuenta por la tercera.
Algo similar les pasa unos meses después a los carros que circulaban después de la lluvia y que rompían las calles.
Vale decir que en el año 1856 las vacas andaban sueltas y los caballos, atados por sus dueños en los árboles de la plaza, llenaban de bosta el lugar. Las autoridades tenían en claro que debían solucionar un problema y, evidentemente, sabían cómo hacerlo.
Hace más de un siglo y medio en San Pedro había claridad en cuanto a cómo se debía afrontar un problema que preocupaba a la comunidad. Esa respuesta no difiere mucho de la que se aplica hoy en EEUU y Europa (preguntarle al “burrito” Ortega cómo le fue en Italia).
Educación Vial más sanción severa (ésta última también educa) pareciera ser el camino más corto a la situación ideal de no tener que ver más personas muertas en la calle.
Otro caso similar sucede con las casas de valor histórico que, poco a poco, fueron desapareciendo de la ciudad.
Una persona con bastante poder adquisitivo deseaba instalar un complejo tipo spa en la zona antigua de la ciudad. El caserón que había elegido gozaba de patrimonio histórico. Cuando se enteró de ello, solicitó a la inmobiliaria con la que negociaba que dejara esa y buscara otra. La respuesta que recibió fue: “Pero tirala a la mierda y pagá la multa, si es una boludez lo que cobran”.
Esto fue contado por el protagonista a tres periodistas de otros tantos medios locales, entre los que me contaba, en una mesa de café.
Sabemos que si en Italia se hubiera dejado la cosa en manos del mercado hoy no existiría ni el Coliseo. Cuando no se respetan las ordenanzas, ni las cosas ni la gente, es porque está faltando el Estado, y es a través del Estado como aprendió Nocioni que la medicina que no se toma como jarabe después viene como supositorio.
Por último, si no pueden controlar a tres empresas areneras, cómo creerles cuando, en campaña, nos señalan que van a terminar con problemas tan complejos como el de la inseguridad, las drogas y la minoridad que delinque.
Eran no menos de 20, uno detrás de otro que, totalmente cargados, partían en dirección a Rómulo Nahón buscando la salida de la ciudad.
Por ahí me equivoco y pido perdón pero, sospecho, los tipos esperaban la hora en que se levantaran los controles para poder pasar cargados al tope y sin problemas.
En años a esta parte tanto los camiones areneros como los conductores de motos y ciclomotores se han convertido en un problema insoluble para las distintas administraciones municipales.
Y constituyen hoy un dolor de cabeza porque, también sospecho, que la falta de rigor en las sanciones de esas infracciones tiene mucho que ver en la extensión temporal del problema.
Los diarios del martes, a través de una noticia en particular, nos dan un indicio sobre cómo se aborda ese problema en los países denominados del “primer mundo”.
Andrés Nocioni, alero de la selección argentina y que se desempeña en Sacramento Kings de la NBA, fue sorprendido conduciendo ebrio por un control caminero estadounidense.
Si bien Nocioni reconoció haber cometido esa infracción de tránsito la sanción que recibió no es precisamente suave: la realización de un trabajo comunitario, una multa de 480 dólares, tomar un curso de tránsito y tres años de libertad condicional, con la advertencia que la segunda vez va a ser peor. Pensemos y comparemos como le va a alguien que es detenido conduciendo ebrio en San Pedro.
Pero, además, les voy a contar cómo era nuestra ciudad en los comienzos. Hace ya unos años recuerdo haber tomado nota en el archivo del Municipio de un acta del Cuerpo Municipal, un antecesor del Concejo Deliberante, en la que se dejaba constancia de la decisión de los municipales Eugenio Arnaldo, Benito Urraco, Vicente Cané, Justo Salate y Pedro Arroqui de establecer nuevas multas para una infracción que les preocupaba. Estamos en agosto de 1856 y el cuerpo acuerda: “en lugar de la multa de cinco pesos impuesta sobre los animales vacunos que se encontrasen sueltos por la plaza o calles del Pueblo, así como los caballos que se atan en la plaza, hoy deberá ser de cincuenta pesos por la primera vez, cien por la segunda y ciento cincuenta por la tercera.
Algo similar les pasa unos meses después a los carros que circulaban después de la lluvia y que rompían las calles.
Vale decir que en el año 1856 las vacas andaban sueltas y los caballos, atados por sus dueños en los árboles de la plaza, llenaban de bosta el lugar. Las autoridades tenían en claro que debían solucionar un problema y, evidentemente, sabían cómo hacerlo.
Hace más de un siglo y medio en San Pedro había claridad en cuanto a cómo se debía afrontar un problema que preocupaba a la comunidad. Esa respuesta no difiere mucho de la que se aplica hoy en EEUU y Europa (preguntarle al “burrito” Ortega cómo le fue en Italia).
Educación Vial más sanción severa (ésta última también educa) pareciera ser el camino más corto a la situación ideal de no tener que ver más personas muertas en la calle.
Otro caso similar sucede con las casas de valor histórico que, poco a poco, fueron desapareciendo de la ciudad.
Una persona con bastante poder adquisitivo deseaba instalar un complejo tipo spa en la zona antigua de la ciudad. El caserón que había elegido gozaba de patrimonio histórico. Cuando se enteró de ello, solicitó a la inmobiliaria con la que negociaba que dejara esa y buscara otra. La respuesta que recibió fue: “Pero tirala a la mierda y pagá la multa, si es una boludez lo que cobran”.
Esto fue contado por el protagonista a tres periodistas de otros tantos medios locales, entre los que me contaba, en una mesa de café.
Sabemos que si en Italia se hubiera dejado la cosa en manos del mercado hoy no existiría ni el Coliseo. Cuando no se respetan las ordenanzas, ni las cosas ni la gente, es porque está faltando el Estado, y es a través del Estado como aprendió Nocioni que la medicina que no se toma como jarabe después viene como supositorio.
Por último, si no pueden controlar a tres empresas areneras, cómo creerles cuando, en campaña, nos señalan que van a terminar con problemas tan complejos como el de la inseguridad, las drogas y la minoridad que delinque.
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