Para conocer el por qué del nacimiento del Estado, debemos remontarnos a los más lejanos orígenes de la civilización. De hecho no fue un poder impuesto exteriormente sino el resultado del desarrollo de una sociedad. Nació para solucionar los antagonismos que existían entre los intereses de los diferentes grupos que la conformaban, a fin de que dicha sociedad no se destruyera, porque existiría un poder que estaría por encima de ella y que dirimiría sobre esos conflictos. Y para que ese Estado se mantuviera, debieron crearse los impuestos.
Ahora bien, cada país que está constituido por el territorio que lo compone y sus habitantes, gente de diferentes clases sociales, razas y credos, elige periódicamente qué gobierno desea que se haga cargo del Estado y lo administre.
Como el Estado está creado para “balancear” las necesidades de los diferentes grupos que coexisten dentro del país, de acuerdo con quiénes sean los sectores que cada gobierno desea beneficiar, serán las acciones que favorecerá.
En los 90, en nuestro país, a caballo de las crecientes críticas al llamado “Estado benefactor”, se procedió a beneficiar a diferentes grupos económicos que se hicieron “cargo” de las obligaciones de un Estado que había sido modelo en Latinoamérica. Así se privatizaron los ferrocarriles porque “el servicio era un desastre y daba déficit”; se privatizó la salud porque era “ineficiente y también deficitaria “; se privatizó el acero, el petróleo, la energía eléctrica, el servicio de aguas corrientes, los teléfonos, las rutas, la jubilación. Todo bajo la promesa de que se mejorarían los servicios con inversión de las empresas prestatarias- cosa que nunca llegó - y se utilizaría lo recaudado- que era infinitamente inferior a lo que valía realmente lo privatizado- en mejorar hospitales públicos, escuelas, jubilaciones del Estado; se crearían nuevas rutas, se pavimentarían caminos no privatizados, etc., etc., cosas que tampoco ocurrieron.
Pero, aunque el ciudadano común vio restringida su calidad de vida ante la pérdida de los beneficios que el Estado históricamente había sustentado, la campaña que se ejecutó en contra de la figura de ese poder para poder realizar las privatizaciones con el apoyo de la ciudadanía, dejó como saldo una ideología de defensa desenfrenada de los intereses sectoriales y la idea de que un país es una suma de individuos, cada cual defendiendo lo propio. Desaparecieron valores otrora apreciados como la solidaridad, el beneficio común, la sociedad inclusiva, la igualdad de derechos frente a la educación, la salud o la vejez digna.
Para ser justa debo decir que este proceso se cristalizó en la década menemista pero tuvo su gestación ya antes, durante la última dictadura militar.
Por eso, no es de extrañar que cualquier tibia medida del gobierno que tienda a paliar mínimamente los desequilibrios sociales que tanta política de concentración económica ha generado, encuentre una férrea resistencia en los sectores involucrados.
Lo que resulta paradojal es ver que se sumen sectores de clase media o media baja, dedicados a actividades comerciales o de servicios que en realidad fueron los más perjudicados con las políticas de los 90 porque están convencidos de que el Estado, cuya existencia hoy creen innecesaria, está sólo para “meterles la mano en los bolsillos” . ¿Han pensado cuál es el destino de sus hijos si el modelo de país que hoy repudian es sustituido por el que está en la cabeza, ya que no lo explicitan, de quienes hoy lo atacan? Será un mundo de mayor exclusión, de escuelas y universidades privadas, de servicios a costos siderales, de salud pública ineficiente, donde la miseria genere más violencia, de esa que ahora tanto parece preocuparles.
Pensemos cuál es la Argentina que deseamos y si ese país es posible cuando se ahondan las diferencias entre los que más tienen y los que menos tienen.
Ahora bien, cada país que está constituido por el territorio que lo compone y sus habitantes, gente de diferentes clases sociales, razas y credos, elige periódicamente qué gobierno desea que se haga cargo del Estado y lo administre.
Como el Estado está creado para “balancear” las necesidades de los diferentes grupos que coexisten dentro del país, de acuerdo con quiénes sean los sectores que cada gobierno desea beneficiar, serán las acciones que favorecerá.
En los 90, en nuestro país, a caballo de las crecientes críticas al llamado “Estado benefactor”, se procedió a beneficiar a diferentes grupos económicos que se hicieron “cargo” de las obligaciones de un Estado que había sido modelo en Latinoamérica. Así se privatizaron los ferrocarriles porque “el servicio era un desastre y daba déficit”; se privatizó la salud porque era “ineficiente y también deficitaria “; se privatizó el acero, el petróleo, la energía eléctrica, el servicio de aguas corrientes, los teléfonos, las rutas, la jubilación. Todo bajo la promesa de que se mejorarían los servicios con inversión de las empresas prestatarias- cosa que nunca llegó - y se utilizaría lo recaudado- que era infinitamente inferior a lo que valía realmente lo privatizado- en mejorar hospitales públicos, escuelas, jubilaciones del Estado; se crearían nuevas rutas, se pavimentarían caminos no privatizados, etc., etc., cosas que tampoco ocurrieron.
Pero, aunque el ciudadano común vio restringida su calidad de vida ante la pérdida de los beneficios que el Estado históricamente había sustentado, la campaña que se ejecutó en contra de la figura de ese poder para poder realizar las privatizaciones con el apoyo de la ciudadanía, dejó como saldo una ideología de defensa desenfrenada de los intereses sectoriales y la idea de que un país es una suma de individuos, cada cual defendiendo lo propio. Desaparecieron valores otrora apreciados como la solidaridad, el beneficio común, la sociedad inclusiva, la igualdad de derechos frente a la educación, la salud o la vejez digna.
Para ser justa debo decir que este proceso se cristalizó en la década menemista pero tuvo su gestación ya antes, durante la última dictadura militar.
Por eso, no es de extrañar que cualquier tibia medida del gobierno que tienda a paliar mínimamente los desequilibrios sociales que tanta política de concentración económica ha generado, encuentre una férrea resistencia en los sectores involucrados.
Lo que resulta paradojal es ver que se sumen sectores de clase media o media baja, dedicados a actividades comerciales o de servicios que en realidad fueron los más perjudicados con las políticas de los 90 porque están convencidos de que el Estado, cuya existencia hoy creen innecesaria, está sólo para “meterles la mano en los bolsillos” . ¿Han pensado cuál es el destino de sus hijos si el modelo de país que hoy repudian es sustituido por el que está en la cabeza, ya que no lo explicitan, de quienes hoy lo atacan? Será un mundo de mayor exclusión, de escuelas y universidades privadas, de servicios a costos siderales, de salud pública ineficiente, donde la miseria genere más violencia, de esa que ahora tanto parece preocuparles.
Pensemos cuál es la Argentina que deseamos y si ese país es posible cuando se ahondan las diferencias entre los que más tienen y los que menos tienen.
Comentarios
Qué desilución, fui alumno tuyo, en el año 2003, sé que no te gusta trabajar, porque en todo ese año habrás ido dos semanas como mucho... si te gusta lo fácil callate la boca y hacé la tuya pero no desparrames la epidemia... tu forma de vida no es mérito de publicidad. Espero que la gente de san pedro, invierta su tiempo en leer a licendiados en ciencias politicas, lic. en ciencias económicas, constitucionalistas, o al menos que lea el Martin Fierro, porque leer un articulo de vos fue una total perdida de tiempo, para mi...
Espero que algún dia cambies y sea ejemplo de vida, de todo corazón, lo digo.
Por este tipo de cosas no dan ganas de venir a san pedro, prefiero quedarme en París y ver todo desde afuera....
Joaquin Maërquierguy.
Merci, et les succès.
Au revoir!
Fui alumna de Alicia durante tres años: segundo, cuarto y quinto año en la escuela Normal, jamás faltó, su nivel de capacitación y responsabilidad en cada una de las clases siempre fue para destacar, Cuando ingresé a la universidad me acordé de ella, porque las herramientas que me brindó en el campo de la lingüística me facilitaron la cursada de materias novedosas y extrañas como la Semiología.
La discusión y el diálogo siempre son válidos y enriquecedores cuando el otro es una persona honesta moral e intelectualmente, de lo contrario resulta infructuosa todo tipo de conversación, las palabras caen en saco roto… temo que el saco que tiene Joaquín en París debe tener tremendo agujero.