El visitante ilustre que hoy recibe San Pedro parece marcado por la historia de su tercer nombre y su calificativo más utilizado: Cleto y traidor.
El primer Cleto famoso no fue Cobos y mucho menos la vaca que ganó la cucarda en la Rural. Fue el tercer Papa de la Iglesia Católica, y una suerte de “vicepapa” u hombre de consulta de San Pedro en el primer pontificado. Vaya paradoja.
San Cleto fue perseguido por el emperador Domiciano por no contribuir a la reconstrucción del templo de Júpiter y emanó disposiciones para la consagración de los obispos, dictando normas como la prohibición de dejarse crecer pelo y barba.
Mientras al santo le atribuyen dos lugares de nacimiento distintos (Atenas o la colina Esquilina de Roma) y hasta diferentes interpretaciones sobre la forma en que se ganó el título de mártir, el Cleto vernáculo no sabe en donde nació su sorpresivo poder de liderazgo.
Lo único certero es que fue enterrado junto a San Pedro. El Papa… claro.
En cuando al adjetivo que le adjuntaron radicales y peronistas por igual (caso único), a Cobos no parece darle el pinet para igualar a la mayoría de los grandes traidores de la historia.
De Judas ni siquiera se puede probar si fue traidor o estaba conjurado con Cristo por algún extraño pacto, así que no califica. Dalila aprovechó el sueño de Sansón, pero antes descubrió la forma de llegar a ganarse su confianza para cortarle el pelo. Mata Hari tenía una belleza irresistible (que claramente no puede atribuirse al Vicepresidente) con la que subyugó a los ingleses y los alemanes por igual. El obispo Talleyrand y el seminarista Fouché lograron traicionar sucesivamente a Robespièrre, a Barras, a Napoleón, a Luis XVIII y a Carlos X, en base a una astucia palaciega que no parece ser el fuerte de un Cobos, quien se escapó de la Casa de Gobierno al Congreso para no enfrentar a sus nuevos enemigos.
Pero… ¿qué hay de Bruto? Veamos: Bruto era hijo de Servilia, la más famosa amante de César (Julio César, casualmente) y por lo tanto sobrino de ese funesto y ridículo personaje llamado Catón. Los romanos murmuraban diciendo que Bruto era hijo de César. No lo era, pero lo cierto es que César lo quería como a un hijo. Aunque él vivió toda su vida atormentado y humillado por los chimentos sobre la paternidad del emperador, Bruto era nieto del infame Servilio Cepión, el general romano que encontró el famoso Tesoro de Tolosa en el sur de las Galias. Un tesoro que doblaba al estatal de Roma. Cepión envió a Bruto a Roma custodiado por una cohorte de legionarios, pero en el camino, la cohorte entera fue pasada a cuchillo y el tesoro desapareció para ir a parar a manos de sociedades fenicias en todas las cuales Cepión tenía ¡casualmente! acciones. Roma se encolerizó y exigió que Cepión fuera arrojado desde la roca Tarpeya, pero el Senado, dominado por los amigos de Cepión (¡coincidencias!) condenó a éste al exilio, donde pudo disfrutar tranquilamente de tan inmensa fortuna. Por lo tanto, Bruto era un hombre inmensamente rico y se dedicó a prestar dinero a ciudades arruinándolas con exorbitados intereses. César lo amó como a un hijo. Tras la batalla de Farsalia recorrió el campo buscándolo desesperado ante la idea de hallarlo muerto. Le encontró temblando de miedo debajo de un escudo y le envió a Roma con su madre, ocupándose de que siguiera una carrera política notable... Y él se lo agradeció asesinándolo.
Cobos se parece un poco a Bruto: asustado y signado por un destino en el que ni él mismo cree para quedar perpetuado por los siglos de los siglos en la figura del ingrato apóstata que perjuró de su mandato.
El Julio César de Shakespeare inmortalizó la frase final de su vida: “¿Tu también, Bruto…? ¡Hijo mío!” para dar cuenta de la sorpresa que le generó ser traicionado por su hombre de mayor confianza. Sorpresa que, por cierto, no tuvieron los Kirchner, quienes nunca confiaron demasiado en su Vicepresidente, a quien pretendían dejar de pinche senatorial como a Scioli.
El primer Cleto famoso no fue Cobos y mucho menos la vaca que ganó la cucarda en la Rural. Fue el tercer Papa de la Iglesia Católica, y una suerte de “vicepapa” u hombre de consulta de San Pedro en el primer pontificado. Vaya paradoja.
San Cleto fue perseguido por el emperador Domiciano por no contribuir a la reconstrucción del templo de Júpiter y emanó disposiciones para la consagración de los obispos, dictando normas como la prohibición de dejarse crecer pelo y barba.
Mientras al santo le atribuyen dos lugares de nacimiento distintos (Atenas o la colina Esquilina de Roma) y hasta diferentes interpretaciones sobre la forma en que se ganó el título de mártir, el Cleto vernáculo no sabe en donde nació su sorpresivo poder de liderazgo.
Lo único certero es que fue enterrado junto a San Pedro. El Papa… claro.
En cuando al adjetivo que le adjuntaron radicales y peronistas por igual (caso único), a Cobos no parece darle el pinet para igualar a la mayoría de los grandes traidores de la historia.
De Judas ni siquiera se puede probar si fue traidor o estaba conjurado con Cristo por algún extraño pacto, así que no califica. Dalila aprovechó el sueño de Sansón, pero antes descubrió la forma de llegar a ganarse su confianza para cortarle el pelo. Mata Hari tenía una belleza irresistible (que claramente no puede atribuirse al Vicepresidente) con la que subyugó a los ingleses y los alemanes por igual. El obispo Talleyrand y el seminarista Fouché lograron traicionar sucesivamente a Robespièrre, a Barras, a Napoleón, a Luis XVIII y a Carlos X, en base a una astucia palaciega que no parece ser el fuerte de un Cobos, quien se escapó de la Casa de Gobierno al Congreso para no enfrentar a sus nuevos enemigos.
Pero… ¿qué hay de Bruto? Veamos: Bruto era hijo de Servilia, la más famosa amante de César (Julio César, casualmente) y por lo tanto sobrino de ese funesto y ridículo personaje llamado Catón. Los romanos murmuraban diciendo que Bruto era hijo de César. No lo era, pero lo cierto es que César lo quería como a un hijo. Aunque él vivió toda su vida atormentado y humillado por los chimentos sobre la paternidad del emperador, Bruto era nieto del infame Servilio Cepión, el general romano que encontró el famoso Tesoro de Tolosa en el sur de las Galias. Un tesoro que doblaba al estatal de Roma. Cepión envió a Bruto a Roma custodiado por una cohorte de legionarios, pero en el camino, la cohorte entera fue pasada a cuchillo y el tesoro desapareció para ir a parar a manos de sociedades fenicias en todas las cuales Cepión tenía ¡casualmente! acciones. Roma se encolerizó y exigió que Cepión fuera arrojado desde la roca Tarpeya, pero el Senado, dominado por los amigos de Cepión (¡coincidencias!) condenó a éste al exilio, donde pudo disfrutar tranquilamente de tan inmensa fortuna. Por lo tanto, Bruto era un hombre inmensamente rico y se dedicó a prestar dinero a ciudades arruinándolas con exorbitados intereses. César lo amó como a un hijo. Tras la batalla de Farsalia recorrió el campo buscándolo desesperado ante la idea de hallarlo muerto. Le encontró temblando de miedo debajo de un escudo y le envió a Roma con su madre, ocupándose de que siguiera una carrera política notable... Y él se lo agradeció asesinándolo.
Cobos se parece un poco a Bruto: asustado y signado por un destino en el que ni él mismo cree para quedar perpetuado por los siglos de los siglos en la figura del ingrato apóstata que perjuró de su mandato.
El Julio César de Shakespeare inmortalizó la frase final de su vida: “¿Tu también, Bruto…? ¡Hijo mío!” para dar cuenta de la sorpresa que le generó ser traicionado por su hombre de mayor confianza. Sorpresa que, por cierto, no tuvieron los Kirchner, quienes nunca confiaron demasiado en su Vicepresidente, a quien pretendían dejar de pinche senatorial como a Scioli.
De paso, la Presidenta tampoco puede ponerse a la altura de los grandes traicionados. No tiene la fuerza de Sansón, ni la importancia estratégica de los Generales de la Primera Guerra Mundial, ni la implicancia histórica de Robespièrre o Napoleón. Aunque, a veces, se cree Cristo.
La síntesis del país: un mediocre desleal que perjura de una presuntuosa dirigente sin sustento y se transforma en creador de eslóganes berretas.
La síntesis del país: un mediocre desleal que perjura de una presuntuosa dirigente sin sustento y se transforma en creador de eslóganes berretas.
Desconcertado
Cobos llega a San Pedro en el marco de su gira nacional. Como los cantantes bailanteros que aprovechan sus repentinos e inesperados quince minutos de fama con siete actuaciones por noche desde Salta a Villa Caraza, el Vicepresidente trata de acaudalar en el interior el apoyo popular ganado con una simple sucesión de frases incoherentes balbuceadas como un intento de justificación y pedido de perdón, tras una trasnochada inolvidable que concluyó con la encriptada: “Mi voto es no positivo”. Estaba tan asustado, el hombre, que ni siquiera podía decir que su voto era negativo, pero eso le hizo ganar posiciones en la carrera de héroe salvador de la Patria en la que también participaba Alfredo De Angeli.
Lo cierto, justo es reconocerlo, es que –asustado o no- la reacción espasmódica del mendocino sirvió para destapar una olla a presión a punto de explotar. Se volcó un poco de agua sobre el fuego y el vapor nos nubló la vista, pero al menos no reventó.
Cleto sigue confundiéndonos como en aquella noche, cuando fue y vino, habló y no dijo nada, envejeció diez años de golpe pero tomó la oportunidad que los Kirchner pusieron en sus manos para transformarse en el principal líder opositor de su propio gobierno.
Hay quienes ven en Cobos la personificación de un nuevo proyecto de país, y otros que piensan que encarna una combinación nefasta de lo peor de la política nacional de los últimos años: consignas vacías, demagógicas declaraciones basadas en las encuestas y algo de oportunismo. Un De la Rúa menos senil, un Duhalde sin aparato o un Kirchner que corre maratones.
San Pedro es hoy sede de uno de los hitos fundacionales de un nuevo movimiento con un nombre tan ambicioso como el de la Concertación. Ahora, ya desconcertado, el mendocino apuesta a lo que él mismo llama Consenso Federal como un paso previo a algún nuevo engendro similar a la Alianza o la Concertación, bajo la excusa de una nueva política con viejos procedimientos, como la traición.
Gabriel Stringhini
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