3.652 días después, terminó la década barbierista. Un tiempo en el que Mario Barbieri consolidó un estilo de hacer política desde la indefinición, dejándose llevar por los vientos de ocasión. Sorprendiendo con algunos –pocos- gestos audaces. Y le fue bien.
Aparte de algunos kilos más, y algunos pelos menos, los cambios que operaron en el jefe comunal en estos años son evidentes hasta en el discurso. Aquel político de gesto adusto, sin sonrisas, de respuestas tajantes y escaso vínculo con la población de 1999, se transformó con el paso de los golpes en un operador hábil, capaz de sortear crisis y salir inmune e impune, casi sin rasguños.
El reconocido filósofo de estancia Felipe Solá definió hace algunos años la forma de sobrevivir en el mundillo político con el bigote enhiesto. “Hacerse el boludo”, dijo entonces el Ingeniero, un especialista en la materia, acusado de traidor por sus compañeros muchas más veces que Barbieri por sus correligionarios.
¿Fue la volubilidad del Intendente en estos años producto de una incoherencia política? ¿Tuvo la habilidad de anticipar la dirección que iba a marcar la veleta antes que nadie se diera cuenta? ¿Solo se dejó llevar? ¿O hizo la gran Felipe?
El estilo Barbieri se cimentó durante los primeros meses de su gobierno, cuando se sucedieron el derrumbe de las barrancas, el sostenimiento de una decena de centros de evacuados durante meses y un gravísimo problema de salud que lo alejó de la función pública.
Guillermo Britos estaba al frente de la Comisaría de San Pedro y, aunque suene increíble a la distancia, fue el escudo del Intendente en los temas que él nunca pudo manejar adecuadamente. Desde su lugar como jefe policial, absorbió las críticas de la oposición y respondió en los medios a muchos de los cuestionamientos que, en realidad, eran para Barbieri
El Intendente salió intacto. Fue entonces, probablemente, cuando descubrió que los fusibles podían saltar a su alrededor y él no electrocutarse con los cortocircuitos.
El salvador
Meses antes, en tiempos de Cavallo y el trueque, Barbieri tomó la decisión clave que le permitió sostenerse en el poder durante tres períodos: designó a Hugo Salviolo como administrador y mano derecha.
Fue Salviolo el responsable de crear fondos de reserva aún a costa de enemistades internas, para poder invertir el dinero en el tiempo socialmente menos costoso y políticamente más oportuno. También fue el Secretario de Hacienda el que puso un freno de mano al carácter que su jefe político arrastraba de sus tiempos de hombre duro en la zona pintada de la cancha de básquet.
Con las cuentas consolidadas y superávits acumulados, el Intendente se desprendió de ciertos contrapesos, y comenzó a formar el “barbierismo”, un término al que él mismo y su grupo más cercano no tienen demasiada simpatía.
Hace pocos días reconoció que el peor error de estos diez años fue “confundir el gobierno con el partido”. Así lo entendió durante la segunda mitad de su primer mandato, dejando de lado la mayor parte de sus compromisos partidarios y formando, a contrapelo de lo que opinaban muchos de sus correligionarios, un espacio abierto al que llamó “Acción por San Pedro”.
Minestrum
Lo que parecía ser un minestrum mal mezclado con ingredientes que nunca podrían juntarse fue finalmente el sucesor de una malograda Alianza y el antecesor de ese experimento fallido que fue la Concertación. El eslabón perdido sampedrino que le permitió ganar la segunda elección consecutiva con una enorme diferencia sobre el aparato oficial que apoyaba a Ester Noat.
Claro que, en su intento por formar su propia estructura por fuera del radicalismo, Barbieri se olvidó de encontrar un sustento ideológico que permitiera orientar sus políticas. Entonces, cada sector interpretó el barbierismo a su modo, y él mismo dejó que eso sucediera.
La política puertas adentro del gabinete, durante un tiempo, pareció estar inspirada en la frase “dejá que se maten y el que queda sigue”, con las consecuencias lógicas. Al igual que el Perón de su mejor época (aunque los peronistas se enojen) le dijo que sí a todos, y dejó caer a los que no le aportaban nada. Fue así como muchos de sus colaboradores reconocieron, después de presentar la renuncia, que durante meses no pudieron hablar con el Intendente. Una forma de desgaste que le permitía no chocar con nadie, y desprenderse de quienes ya no le servían.
Las últimas dos salidas traumáticas de funcionarios (Diego Chediak y Paola Basso) se dieron en medio de graves denuncias sobre sus superiores. Barbieri no emitió opinión sobre el tema.
Claroscuro
La segunda y la tercera Intendencias de Barbieri consolidaron la división de San Pedro en dos mitades, claramente demarcadas al norte y al sur de la Avenida 11 de Septiembre.
Aunque a esta altura resulta casi un cliché que se cae de la boca de cualquier pretendiente político de poca monta, la realidad que se anticipaba en un editorial de “El Diario de San Pedro” previo a las elecciones de 2003 se terminó concretando. Una ciudad orientada a los turistas que crecía, pero ejerciendo presión para acorralar en una franja a todos los sampedrinos que no encontraban su lugar.
La falta de planificación que se arrastra desde hace décadas se combinó con la falta de políticas (o la falta de interés en aplicarlas) que permitieran contener a tiempo la explosión social que, finalmente, llegó.
Claro que, aún con errores, San Pedro creció sustancialmente en muchos aspectos deprimidos durante cincuenta años. Barbieri logró imponerse por sobre los temores de la mayoría y, finalmente, el sampedrino medio entendió que el turista es el que puede inyectar en la ciudad el dinero que se escapa por otro lado.
Mucho tuvo que ver en esta realidad una decisión arriesgada que el Intendente asumió en el año 2003: permitir la realización del festival de rock más grande de la provincia de Buenos Aires. Aún contra la opinión de la mayoría de la población y de muchos de sus colaboradores, que pensaban en los roqueros como vándalos que iban a saquear el pueblo, entendió que la difusión de ese evento iba a instalar la marca San Pedro. Y así fue.
En el mismo sentido debe reconocerse como un acierto la recuperación del puerto de San Pedro a través del impulso y la formación del Consorcio de Gestión que, aunque formado originalmente para apoyar el proyecto Arcor, es hoy el sostén de un crecimiento lento pero seguro para un sector casi olvidado.
Las irregularidades en la construcción de los barrios de viviendas que se resolverán en la Justicia, el emplazamiento de escuelas que debieron ser construidas por la provincia y la asignación de partidas para la policía se encuentran en los dos platillos de la balanza.
Consultado sobre la forma en que quisiera que lo recuerden, el mandatario saliente dijo que quería quedar en la memoria de los sampedrinos como un líder “progresista”. Muy probablemente no cumpla con su deseo.
San Pedro creció, y también sus problemas. Si Barbieri fue el responsable o apenas el que dejó que todo pase, lo sabremos con el tiempo.
Aparte de algunos kilos más, y algunos pelos menos, los cambios que operaron en el jefe comunal en estos años son evidentes hasta en el discurso. Aquel político de gesto adusto, sin sonrisas, de respuestas tajantes y escaso vínculo con la población de 1999, se transformó con el paso de los golpes en un operador hábil, capaz de sortear crisis y salir inmune e impune, casi sin rasguños.
El reconocido filósofo de estancia Felipe Solá definió hace algunos años la forma de sobrevivir en el mundillo político con el bigote enhiesto. “Hacerse el boludo”, dijo entonces el Ingeniero, un especialista en la materia, acusado de traidor por sus compañeros muchas más veces que Barbieri por sus correligionarios.
¿Fue la volubilidad del Intendente en estos años producto de una incoherencia política? ¿Tuvo la habilidad de anticipar la dirección que iba a marcar la veleta antes que nadie se diera cuenta? ¿Solo se dejó llevar? ¿O hizo la gran Felipe?
El estilo Barbieri se cimentó durante los primeros meses de su gobierno, cuando se sucedieron el derrumbe de las barrancas, el sostenimiento de una decena de centros de evacuados durante meses y un gravísimo problema de salud que lo alejó de la función pública.
Guillermo Britos estaba al frente de la Comisaría de San Pedro y, aunque suene increíble a la distancia, fue el escudo del Intendente en los temas que él nunca pudo manejar adecuadamente. Desde su lugar como jefe policial, absorbió las críticas de la oposición y respondió en los medios a muchos de los cuestionamientos que, en realidad, eran para Barbieri
El Intendente salió intacto. Fue entonces, probablemente, cuando descubrió que los fusibles podían saltar a su alrededor y él no electrocutarse con los cortocircuitos.
El salvador
Meses antes, en tiempos de Cavallo y el trueque, Barbieri tomó la decisión clave que le permitió sostenerse en el poder durante tres períodos: designó a Hugo Salviolo como administrador y mano derecha.
Fue Salviolo el responsable de crear fondos de reserva aún a costa de enemistades internas, para poder invertir el dinero en el tiempo socialmente menos costoso y políticamente más oportuno. También fue el Secretario de Hacienda el que puso un freno de mano al carácter que su jefe político arrastraba de sus tiempos de hombre duro en la zona pintada de la cancha de básquet.
Con las cuentas consolidadas y superávits acumulados, el Intendente se desprendió de ciertos contrapesos, y comenzó a formar el “barbierismo”, un término al que él mismo y su grupo más cercano no tienen demasiada simpatía.
Hace pocos días reconoció que el peor error de estos diez años fue “confundir el gobierno con el partido”. Así lo entendió durante la segunda mitad de su primer mandato, dejando de lado la mayor parte de sus compromisos partidarios y formando, a contrapelo de lo que opinaban muchos de sus correligionarios, un espacio abierto al que llamó “Acción por San Pedro”.
Minestrum
Lo que parecía ser un minestrum mal mezclado con ingredientes que nunca podrían juntarse fue finalmente el sucesor de una malograda Alianza y el antecesor de ese experimento fallido que fue la Concertación. El eslabón perdido sampedrino que le permitió ganar la segunda elección consecutiva con una enorme diferencia sobre el aparato oficial que apoyaba a Ester Noat.
Claro que, en su intento por formar su propia estructura por fuera del radicalismo, Barbieri se olvidó de encontrar un sustento ideológico que permitiera orientar sus políticas. Entonces, cada sector interpretó el barbierismo a su modo, y él mismo dejó que eso sucediera.
La política puertas adentro del gabinete, durante un tiempo, pareció estar inspirada en la frase “dejá que se maten y el que queda sigue”, con las consecuencias lógicas. Al igual que el Perón de su mejor época (aunque los peronistas se enojen) le dijo que sí a todos, y dejó caer a los que no le aportaban nada. Fue así como muchos de sus colaboradores reconocieron, después de presentar la renuncia, que durante meses no pudieron hablar con el Intendente. Una forma de desgaste que le permitía no chocar con nadie, y desprenderse de quienes ya no le servían.
Las últimas dos salidas traumáticas de funcionarios (Diego Chediak y Paola Basso) se dieron en medio de graves denuncias sobre sus superiores. Barbieri no emitió opinión sobre el tema.
Claroscuro
La segunda y la tercera Intendencias de Barbieri consolidaron la división de San Pedro en dos mitades, claramente demarcadas al norte y al sur de la Avenida 11 de Septiembre.
Aunque a esta altura resulta casi un cliché que se cae de la boca de cualquier pretendiente político de poca monta, la realidad que se anticipaba en un editorial de “El Diario de San Pedro” previo a las elecciones de 2003 se terminó concretando. Una ciudad orientada a los turistas que crecía, pero ejerciendo presión para acorralar en una franja a todos los sampedrinos que no encontraban su lugar.
La falta de planificación que se arrastra desde hace décadas se combinó con la falta de políticas (o la falta de interés en aplicarlas) que permitieran contener a tiempo la explosión social que, finalmente, llegó.
Claro que, aún con errores, San Pedro creció sustancialmente en muchos aspectos deprimidos durante cincuenta años. Barbieri logró imponerse por sobre los temores de la mayoría y, finalmente, el sampedrino medio entendió que el turista es el que puede inyectar en la ciudad el dinero que se escapa por otro lado.
Mucho tuvo que ver en esta realidad una decisión arriesgada que el Intendente asumió en el año 2003: permitir la realización del festival de rock más grande de la provincia de Buenos Aires. Aún contra la opinión de la mayoría de la población y de muchos de sus colaboradores, que pensaban en los roqueros como vándalos que iban a saquear el pueblo, entendió que la difusión de ese evento iba a instalar la marca San Pedro. Y así fue.
En el mismo sentido debe reconocerse como un acierto la recuperación del puerto de San Pedro a través del impulso y la formación del Consorcio de Gestión que, aunque formado originalmente para apoyar el proyecto Arcor, es hoy el sostén de un crecimiento lento pero seguro para un sector casi olvidado.
Las irregularidades en la construcción de los barrios de viviendas que se resolverán en la Justicia, el emplazamiento de escuelas que debieron ser construidas por la provincia y la asignación de partidas para la policía se encuentran en los dos platillos de la balanza.
Consultado sobre la forma en que quisiera que lo recuerden, el mandatario saliente dijo que quería quedar en la memoria de los sampedrinos como un líder “progresista”. Muy probablemente no cumpla con su deseo.
San Pedro creció, y también sus problemas. Si Barbieri fue el responsable o apenas el que dejó que todo pase, lo sabremos con el tiempo.
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